miércoles, 1 de febrero de 2012

El invierno en el metro (de Madrid)

 


Es invierno, una Mahou en la mano, en la televisión anuncian una ola de frío siberiano que va a hacer que las temperaturas desciendan mañana diez grados en algunas zonas. Me voy del bar y al salir a la calle se nota un frío intenso, pero lógico para enero y soportable yendo un poco abrigado.

Al entrar en el metro, línea circular, se detecta una pequeña multitud de gente muy variada en aspecto y actitud. Justo al lado, en mitad del vagón y junto a la puerta, una pareja de unos treintaitantos se apoya cada uno en su maleta-trolley mientras dialogan con desgana mirando más hacia la puerta que el uno hacia el otro. Enfrente, sentado en uno de los asientos, un chaval con un chándal deportivo y un gorro alto y negro de lana, se dispone a levantarse colocando su mochila a la espalda, se prepara para abandonarnos en la estación de O’Donnell. Dos señoras como de cincuentaitantos, ambas con bolsas de plástico de centros comerciales, entran hablando animadamente y ocupando el asiento dejado por el chaval del chándal y el de al lado. Una de ellas se apea en la siguiente estación, a la otra señora le cambia automáticamente el gesto de la cara al quedarse sola, saca un periódico gratuito de su bolsa de plástico y se dedica a leerlo olvidándose de todo lo que ocurre a su alrededor. Mas allá, sobrepasada la puerta del vagón, una chavala, recién salida de la universidad, está también sentada y no para de hablar con su móvil manteniendo una media sonrisa un poco burlona.

Diego de León, hay que apearse para hacer el cambio a la línea 5. Al caminar por el andén paso por delante de un africano muy negro, muy negro, sentado con las piernas muy abiertas y el cuerpo echado hacia delante. No se ha montado en el convoy del que yo me he bajado, por lo que pienso que estará esperando algo, quien sabe el qué, o quizás a alguien, ¿o será simplemente que está dejando pasar el tiempo allí sentado y descansando porque dentro del metro se está calentito?

Tengo por delante un pasillo muy largo que va hacia la línea 5, mi línea de destino. Un tipo aprovecha para tocar horriblemente la guitarra eléctrica en una esquina entre pasillos. Por fin llego al andén donde circulan los trenes que tengo que coger.

La plataforma de enfrente esta bastante llena, pero el convoy se acerca en este momento y la va a dejar completamente vacía en unos instantes. En mi lado todo es mas triste, hay menos gente, no hay negros esperando, ni amigas charlando animadamente, ni chavales con gorrilla y aspecto rapero, ni tíos impresentables como yo escribiendo en el iPod. Me aburro un poco.

El convoy que debo coger tarda demasiado, pero llegará, solo son las diez y cuarto de la noche. Por fin se oye el ruido y el movimiento de aire característico, dos luces amarillas recorren el trozo de túnel más cercano hasta que un tren de color blanco con rayas azules entra en la estación, aquí está, ya ha llegado, por fin.

Monto en el vagón y lo primero que veo es un tío, ya era hora ver uno así, con una chaqueta de color blanco inmaculado en la que hay un escudo del Real Madrid, tiene aspecto de extranjero. Pero fijándome un poco más, veo que en mi vagón ganan los gorros de lana negros, pero sobre todo los teléfonos móviles y los reproductores mp3. Esta claro que tenemos que hacer algo para que el tiempo hasta llegar a casa se pase rápido, gastamos demasiadas horas diarias en medios de transporte. Aunque detecto también que libros de papel no veo ninguno, allí a lo lejos hay una chica con un libro electrónico. De repente me fijo que justo enfrente de mi  hay un hombre maduro con traje negro, camisa blanca y una horrible corbata a finas rayas blancas, azules cielo y negras y algo que le encanta a esa chica rubia que siempre me decía que no, un maravilloso, espeso, antiestético y anticuado bigote por encima de los labios. Todo el mundo va entre concentrado y dormido, ¿estarán cansados? sería lo lógico, es de noche, son más de las diez.

Pero ya hemos llegado a Ciudad Lineal, mi destino, todo se acabó, aunque Shuarma sigue cantando por mis cascos y me acompañará un tramo de calle más. Es el metro de Madrid un increíble y divertido espectáculo para una noche fría de invierno. Yo no he necesitado ni teléfono, ni mp3, ni libro, ni revista, únicamente mi iPod, mis dedos, un poco de imaginación y mis sentidos, en especial la vista. Bueno… y la música de Shuarma.  



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