viernes, 30 de diciembre de 2011

FELIZ 2012

 


Comenzamos un nuevo año y os deseo normalidad, sobre todo eso: normalidad y ausencia de malas noticias.

Y como os quiero bien, también os deseo que deis y recibáis cariño y solidaridad, ya sabéis, se es más feliz dando que recibiendo.

Que redescubráis y pongáis en práctica muchos de los antiguos valores éticos en desuso. Dignidad, buena educación, respeto, limpieza de pensamiento, solidaridad, lealtad, … hay muchísimos. Si ya los tenéis descubiertos y los practicáis, mucho mejor para vosotros.

Y poco más. Porque tenemos que buscar nosotros mismos la forma de ser felices. Tenemos que luchar por conseguir esa felicidad teniendo muy claro que todo tiene un precio y por lo tanto no se puede tener todo. O sea, ser más o menos felices va a depender en gran medida de nosotros.

Así que siguiendo la vía del minimalismo con que he comenzado esta felicitación os deseo algo parecido a esta sucesión de “normalidades” que ya puse aquí en un post hace casi un año:  

En orden cronológico, nos toca: resaca post-navideña, frío, alargamiento muy lento de las horas de sol, frío, planificación general del año, frío, plan-de-buenas-intenciones-que-casi-nunca-se-cumplen-del-todo para el año, frío, cuesta de enero, frío, rebajas, espera del fin de semana que parece que nunca llega, quizás nieve en Madrid, hartura de frío y llegada de la primavera, alargamiento más rápido de las horas de sol, vacaciones de semana santa, llegada lenta y alternativa de días más soleados, cambio de horario, fiestas de San Isidro en Madrid, días mucho más largos y noches mas cortas, alergias primaverales, terracitas con cervecitas, alegría, frustración porque llueve más de lo que nos gustaría, días superlargos, primeros calores, llegada del verano, que no, que el calor no llega, "este año no va a haber verano" (qué gilipollez), hastío de calor, aire acondicionado, terracitas nocturnas, dormir poco por la noche y aprovechar la siesta, vacaciones, calor, vacaciones, playa o montaña, vacaciones, lugares turísticos en España o en el extranjero, vuelta de vacaciones, trauma postvacacional, comienzo del ciclo anual escolar, cagoen... se encogen las horas de sol, llega el otoño, se alargan las noches, cambio de horario, a las 6 de la tarde es de noche, joooder no para de llover, vamos al cine que hace frío, puente de la constitución ¿viajecito ó excursión?, llegan las navidades, ¿donde pasamos la nochebuena? ¿y la navidad? ¿y el añoviejo?, felicitaciones y festejos.


Es sólo un ejemplo, pero también vendrán sucesos imposibles de pronosticar. Es la vida, porque todo esto ocurrirá mientras vivimos. Estos sucesos imprevisibles que harán que vivamos más o menos felices.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


Y se estrelló.

 


Y se estrelló, sobre un suelo duro y seco. Y se rompió en mil pedazos.

Ese fue el hecho, pero nunca sabría si hubo agua, aunque tenía la certeza de que sí, la había.

Afortunadamente por allí estaban el Hada de los Abrazos y el Hada de la Alegría, que con dulzura y destreza recogieron cada uno de los trozos, juntándolos y pegándolos.

Una vez finalizaron tan delicada tarea, cogieron sus varitas mágicas y dieron un toque con ellas a su corazón. De nuevo volvió a la vida.

Gracias a las Hadas sólo iba a ser doloroso, no definitivo.

El descenso libre fue una gran experiencia. Una maravillosa experiencia de vida. Mereció la pena.

A partir de ese momento solo iba a ser muy doloroso.

Nada más.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021






lunes, 19 de diciembre de 2011

Navidad 2011

 


Era una mañana de diciembre, unos pocos días antes de Navidad.

Una mañana preciosa de sol, aunque fría, muy fría, de esas que en las calles de su ciudad la gente caminaba con una bufanda tapando la boca, no solo el cuello, y los que iban sin ella exhalaban ese humo blanco tan sano.

Pero no le apetecía salir, últimamente las navidades se había convertido en una época en la que parecía que lo único importante era comprar, y luego comprar y después comprar.

Coches por todos los lados, gente por todos los lados. ¿Qué fue de aquel espíritu navideño?

Notaba a su alrededor grandes preocupaciones. Sólo quedan 5 días y no he comprado el regalo de papá noel de... No voy a llegar a reyes, no tengo ni idea de donde poder encontrar...

Eran grandes preocupaciones que no entendía. ¿No sería mejor preguntar a todo el mundo qué era lo que quería? Se apuntaba, se iba, se compraba y todo en un día, quizás en una mañana. Y el resto del día se podría dedicar a estar con la familia, con los amigos, pasear por la calle, tranquilamente, ¡qué cosa!, tranquilamente, disfrutando del frío, de los adornos navideños, del ambiente navideño... de verdad.

Buscar un regalo sorpresa para alguien supone no poderle dedicar tu tiempo, -se decía-. No estar con él o con ella. No le merecía la pena. No le gustaba entrar en ese juego, pero, al final, siempre tenía que entrar.

Le gustaba pasear una mañana como esa por la Plaza de la Paja. Pararse un momento. Quedarse quieto, en silencio. Escuchar lo que decía esa plaza. Quizás un villancico lejano saliendo de una ventana. Quizás el sonido de unos barriles de cerveza rodando por el suelo de un bar cercano. ¿Unas campanas sonando en la iglesia de la calle de abajo? Los pasos de una pareja enamorada y amarrada que pasaba por su lado. El aleteo de unos pájaros...

Le gustaba regalar tiempo, y una sonrisa y escuchar, escuchar lo que la persona con la que estuviera le dijera. Si es que quería decirle algo.

 

Cómo tendemos todos a hablar y qué difícil nos resulta, a menudo, escuchar.

Todo es sencillo. La vida es sencilla. Somos nosotros los que la complicamos algunas veces.

En cualquier caso sabía que todo el mundo no pensaba así, y estaba bien. Todo el mundo tiene derecho a sentirse bien y su manera no tenía porque ser la correcta.

Una cosa, para finalizar: Salió y disfrutó.


¡Feliz Navidad a todos mis amigos y amigas!

No olvidéis nunca que siento un gran cariño por vosotros. 


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021




jueves, 1 de diciembre de 2011

Riesgo y vida

 


Sentía algo especial, posiblemente algo más que amistad, muy probablemente, incluso algo distinto.

Su carácter vehemente y su certeza de que la vida es una sucesión de saltos de trampolín contribuyeron decisivamente, de nuevo, a que otra vez se lanzara al vacío, como siempre, sin cerciorarse de la profundidad del charco. Sólo que esta vez los motivos eran muy distintos.

Mientras estaba en el aire notó como si alguien advirtiera:

- ¡Cuidado!  ¡Profundidad treinta centímetros!

Pero mientras caía pensó que alguien podría profundizarlo, ó que podrían llegar repentinamente lluvias torrenciales, o que alguien pusiera una enorme colchoneta, o... . Lo que estaba claro es que había tomado la decisión de saltar y estaba cayendo, eso era imposible de revertir.

El que se estrellara contra la tierra húmeda o que disfrutara de un simple y agradable zambullido era ahora algo ajeno, un problema de tiempo y de la voluntad de otro (de otro ser humano).

Otra vez, de nuevo, su futuro estaba en poder de la decisión de alguien, de lo que otra persona hiciera.

Era el riesgo inherente a la vida. Si sólo hubiera deseado estar, nunca lo hubiera hecho. Pero necesitaba ser y tener.

Vivir es esto, una vida siempre plana no tiene sentido, se repetía mientras caía.

Merecía la pena, mientras se precipitaba sentía la vida como hacía mucho tiempo que no la sentía. Su piel estaba de nuevo fresca y suave, tenía otra vez ese optimismo natural y refrescante de todas las mañanas, su ánimo estaba de nuevo desbordante, una alegría natural iluminaba su cara, sus sentidos se habían desaletargado y respondían atenta y rápidamente a cualquier estímulo.

Sentía todo eso mientras estaba cayendo, en el vacío, y si al final, además, no se estrellaba, sería increíble.

Si se estrellaba no sería decisivo, sólo muy doloroso.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021




lunes, 21 de noviembre de 2011

Llueve en Madrid

 



Es domingo, es Madrid, es otoño, llueve.

Estamos en el centro, calle Fuencarral, son las trece treinta, llueve, quizás no demasiado.

Acabamos de salir del metro, Tribunal, llueve. Por las escaleras mecánicas hemos tropezado varias veces con los grandes trolleys que arrastran algunos, muchos de ellos guiris, que las colocan a la derecha, delante de ellos, pero como son, en muchos casos, bastante anchas, cierran el paso a los que subimos adelantando por la izquierda.

El suelo esta mojado, el tiempo es fresco, llueve y el color predominante en la calle es el gris.

Cuando llueve cambian los sonidos que se escuchan en las calles, me siento como dentro de una campana de cristal (o eso creo, porque nunca he estado dentro de una), los sonidos llegan como amortiguados, como el ruido de mis pies al caminar ó el que se produce cuando abro mi paraguas, o el del taxi que pasa apartando el agua con sus neumáticos. Los ruidos más lejanos casi ni los escucho.

Las tiendas, muchas de ellas, están abiertas, aunque es domingo, qué diferentes se ven hoy de cuando paseaba por esta misma calle la pasada primavera en un brillante día soleado. Hoy llueve y todo es gris, en sus diferentes tonalidades salvo el rojo se ve de color granate.

La lluvia no es fuerte, y las gotas son pequeñas y caen muy juntas, a eso en Madrid le llamamos calabobos, son gotas finas y su densidad es baja. Si no fuera por mi absurdo problema no haría falta ni que llevara el paraguas abierto, eso sí, me alegro infinito de haberme puesto los zapatos de lluvia, de piel fuerte y engrasada y gruesa suela de goma.

Voy a comer con mis amigos y eso ya, sólo eso, es una buena noticia. Estoy lleno de una amplia, serena, placida alegría. Llueve. De repente, en la calle del restaurante se oye un suave ruido, un shhhshhhshhhh, es un coche que viene hacia nosotros levantando el agua de los múltiples charcos que hay en la calzada y salpicando con esa agua sucia las aceras. Está como a unos cuarenta metros de nosotros. Peligro. La acera es estrecha y no tenemos donde guarecernos, nos va a poner perdidos a su paso. El automóvil reduce velocidad, pero no suficiente, salpica menos pero sigue manchando la acera. Por fin, el tiempo no puede detenerse y pasa a nuestro lado, no nos mancha, justo por donde nos encontrábamos no había charco. Salvados.

Cierro el paraguas, entramos en el restaurante y nos encontramos con el suave calor de la amistad.

Un bonito día.

Llueve.


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


viernes, 11 de noviembre de 2011

El Alzheimer que conozco.

 


¡Qué gran putada!, permitidme la expresión.

Todo empezó con un cambio de carácter. Sí, un cambio a bien, era más dulce, más cariñoso, más alegre, más risueño, más positivo, menos gruñón, menos inquisitivo, más tolerante. Este cambio fue acompañado de perdidas progresivas de memoria. Sobre acontecimientos cercanos en el tiempo, como por ejemplo tener que hacer un esfuerzo por recordar donde había estado ayer por la mañana.

La situación duró poco tiempo, hasta que la pérdida de la razón hizo que paulatina e incrementalmente fuera desconociendo a las personas más cercanas: a los familiares, a los amigos y a los vecinos. También a no reconocer las situaciones, primero las más complejas y luego las más cotidianas. Finalmente llegó a un punto en el que vive en un mundo que no existe, o al menos eso es lo que parece. No tiene ningún recuerdo perdurable, salvo quién es su pareja, ella, a veces hermana, a veces esposa, a veces novia y también recuerda donde pasó su infancia, en qué ciudad, en qué calle y en qué casa.

Cuando está más lúcido le cuesta hablar, expresarse. Y si consigue hacerlo,  lo hace a través de frases sin mucho sentido, con conceptos inconexos, en la mayoría de las ocasiones con palabras erróneas, se le están olvidando, está olvidando el lenguaje.

Fue un recorrido de pocos años. Desde el primer síntoma, que fue la dulcificación de su carácter, hasta el momento actual quizás hayan transcurrido diez años. Es muy difícil determinar cuándo comenzó todo, porque entonces nadie pensaba en la enfermedad, solo existía un afán de disfrutar de su optimismo, de su tolerancia, de su nuevo carácter, abrazarle, tocarle, besarle, reír junto a él y con él, una persona, hasta entonces, con un carácter serio, distante, huraño y agrio.

Su carácter se volvió de una cordialidad desconocida hasta entonces. Se cruzaba en el portal de la casa con un vecino que conocía desde hacía treinta años y devolvía su saludo amablemente y con simpatía. “Yo estoy bien ¿y tu? ¿cómo va la familia?" Una vez en la calle su hijo le preguntaba,"¿sabes quién es papá?" y él respondía "no, no lo sé, pero es muy amable y ¿cómo no voy a responderle si él me conoce y me saluda tan atentamente?". Había perdido gran cantidad de memoria pero aun razonaba.

Durante el camino de esta jodida enfermedad, en una etapa más avanzada, en la que ya no reconocía a muchas personas, por ejemplo a un buen amigo o incluso a su hijo, su trato dependía del momento. Su comportamiento venía determinado por su estado de ánimo o por el argumento de la alucinación que estaba viviendo.

Si su estado de ánimo era sereno y alegre, su comportamiento dependía del del otro, del que se acercaba a él, si era cariñoso, o alegre, la respuesta era siempre positiva, le decía que qué buena persona era y que le quería mucho.

Si su estado de ánimo estaba en el punto depresivo, había que tener mucho cuidado porque cualquier cosa le podía alterar y hacer cundir en él el nerviosismo y la hiperactividad, incluso el pánico, o también la más absoluta de las pasividades.

En un estado de hiperactividad, la única forma de frenarle hubiera sido atarle a una silla y ponerle un esparadrapo en la boca. En un estado de pasividad no había forma de moverle, era capaz de multiplicar su peso por treinta si estaba sentado ó de sentarse si no lo estuviera, aunque fuera en el suelo. Sólo ella era capaz de moverle, hablándole suavemente, con mucho cariño y, sobre todo mucha paciencia.

Cuando se encontraba en un estado de miedo o de fuerte recelo, su rostro se volvía serio, duro, sombrío, despiadado. La persona que en ese momento se acercara a él podría encontrarse con una gran violencia verbal y gestual o incluso física si el contacto llegaba a ser continuado.

Era un anciano de noventa años, pero si la alucinación que estaba viviendo era sobre alguien que le acechaba, salía a relucir su instinto de supervivencia, como un animalito, y se defendía como fuera. Quizás, en su demencia, su vida o, cuanto menos, su integridad física dependieran de ello.

Ochenta años le costó llegar a la culminación de su vida y en tan sólo otros diez volvió hasta una infancia.

No controlaba bien los esfínteres, ni el anal ni el uretral, a veces sí y a veces no. No comía solo, porque aun sujetaba el tenedor pero no tenía continuidad y podría tardar tres horas en hacer una comida normal. A veces tenía problemas para tragar las medicinas, le quedaban encima de la lengua atascadas y no sabía qué hacer para tragarlas. Muchas de las cosas que se le decían, si tenían una pequeña complejidad y no eran cotidianas, no las entendía. Por supuesto era incapaz de mantener una conversación. Había perdido todo su nivel de atención, como los niños muy pequeños. Era caprichoso no tenía capacidad de esforzarse por hacer las cosas necesarias, solo quería ejercer su voluntad guiada por sus necesidades básicas.

La incógnita ahora era saber cuánto tiempo le quedaba para recorrer el camino restante, ese camino reverso, hacia atrás, hacia la inexistencia.  

 

11 de Noviembre de 2011

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

  

Mi padre falleció el diez de febrero de 2013 después de un declive lento, muy lento, mental y físico.






miércoles, 19 de octubre de 2011

Desierto de Mojave.

 



A veces las cosas pequeñas crecen emocionalmente, se hacen importantes y grandes a nuestros ojos y a nuestro corazón. Pero cuando las cosas grandes son hermosas... nuestro espíritu se esparce por ellas dejándonos una sensación placentera de pequeñez e inmensa paz.

Nos fuimos. Dejamos abandonada a la gorda, a la gasolinera y a Needles por este orden. Conducía yo y nos dirigíamos a Barstow por la carretera "Interstate 40" que utiliza el trazado de la histórica Route 66. Dos vías en cada sentido y muy poco tráfico.

La intensa luz del día que nos había acompañado desde Tusayan se estaba diluyendo deprisa. Todo era desierto, al frente y a ambos lados, la carretera bordeaba el Mojave National Preserve por su parte sur, uno de los muchos Parques Nacionales de Estados Unidos, en California.

La carretera era una línea recta que se perdía en el horizonte ó en las montañas. De vez en cuando aparecía alguna pendiente no demasiado pronunciada. La luz se iba apagando despacio dando predominancia a los tonos grises azulados y el color de la tierra del desierto iba pasando del marrón amarillento suave y mate al azul oscuro plomizo a través de una inmensidad de matices.

Poco a poco y muy lentamente el color rojo se iba imponiendo en el cielo, donde se mezclaba primero con un azul suave arañado con jirones blancos y después con el negro plomizo de la oscuridad en el que los jirones eran azules intensos. Todo se llenó de reflejos rojos, de un rojo vivo e intenso, dentro de un espacio con múltiples tonos negro-azulados.

Y así, con el sol escondido y esas tonalidades aparentemente irreales, casi llegamos a Barstow. Fue tan hermoso como duradero, una conjunción que no se da con mucha frecuencia.

Como escribí en algún sitio esa misma noche desde Barstow: “disfruté uno de los atardeceres rojizos más largos y bellos que he visto en mi vida”.

Doscientos veintisiete kilómetros separan Needles de Barstow, una distancia plena de belleza que el azar me regaló.



 

19 de Octubre de 2011

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


martes, 2 de agosto de 2011

Fábula económico-liberal de la cigarra socialista.

 



Erase que se era una vez un gobierno que era muy alegre y liberal y en el orden económico dejaba hacer lo que quisiera cada uno, porque en esos momentos lo que estaba de moda era eso, que no había que prohibir nada en lo relativo a ese ámbito.

Económicamente todo iba muy bien, las arcas del estado estaban suficientemente llenas y podía dedicar sus esfuerzos a otros asuntos más políticos y menos económicos.

Aunque, eso sí, obligaba a pagar los impuestos a los que tenían rentas del trabajo, que eran los que mantenían el Estado. Los ciudadanos que tenían trabajo nunca se quejaban y además era muy fácil vigilarlos.

Sin embargo, por diversos motivos, al gobierno le resultaba muy difícil controlar a los ciudadanos que tenían muy altas rentas de capital. Es por ello que en un determinado momento había tomado la decisión de dejar de contar con ellos, les dejó en paz, no tenía tiempo ni ganas para estas cosas.

Nuestro gobierno, como ya hemos comentado, seguía la moda vigente en esos momentos de que la mejor manera de que el mercado funcionara correctamente era dejarlo libre, que cada cual actuara como le diera la gana, lo que en aquella época se llamaba el “libre mercado”. Excepto los mencionados anteriormente, los que tenían rentas del trabajo, que tenían que pagar sus impuestos, fueran los que fueran, sin rechistar.

En aquel tiempo las entidades de crédito concedían préstamos libremente, sin límites, sin regulaciones, sin las garantías suficientes y necesarias. Nuestro gobierno tampoco controlaba esos asuntos, no tenía tiempo ni ganas. Su interés estaba mucho más centrado en los problemas que tenía con algunos dirigentes de las regiones periféricas, que estaban descontentos de sus relaciones con el resto del estado. Eso le llevaba mucho tiempo y, además, le gustaba.

Así que empezó a suceder con bastante frecuencia que cuando algún ciudadano cuyos ingresos mensuales eran 1.000 pitancos (así se llamaba su moneda) quería comprarse un piso de 300.000 pitancos  iba al banco o a la caja de ahorros y pedía no solo 300.000 pintancos, sino que pedía 350.000 para además poder comprarse un automóvil de alta gama y pegarse unas vacaciones en un resort de lujo en las Maldivas (para celebrar la compra del piso y del automóvil).

Nuestro gobierno no se enteraba de estas cosas, o si se enteraba, no las daba mayor importancia. Era feliz.

Pero hete aquí que de repente un año, sorpresivamente, la economía comenzó a ir mal y las gentes comenzaron a no poder devolver los préstamos, porque volvió a producirse una situación casi olvidada, algo muy antiguo, llamado paro, consecuencia de que los negocios, las empresas, comenzaron a ir mal, o sea no tenían los beneficios esperados.

La gente, los ciudadanos, comenzaron a ganar menos dinero, algunos hasta dejaron de tener ingresos. Se sucedieron los impagos, poco a poco, cada vez más. Las entidades de crédito, como no recuperaban el dinero prestado, comenzaron a tener mucho miedo de no poder responder a sus obligaciones, que eran, entre otras, poder devolver el dinero a sus clientes y acreedores y dar beneficios a sus inversores. Se vieron en la obligación de tener  que comprar  dinero a otros (a crédito, por supuesto) para hacer frente a sus pagos.

Era una situación grave porque si la banca quebraba o se arruinaba, se paralizaría también el sistema que estaba establecido para que el dinero circulara, algo imprescindible para que pudieran acometerse nuevos negocios ó mantenerse los ya existentes.

El poco dinero que tenían los bancos, que se llamaban reservas, y que no podían utilizar debido a su nombre, empezaron a utilizarlo  para no tener que pedir tantos préstamos. Nuestro gobierno seguía sin enterarse y decía a sus ciudadanos que todo iba bien y que la situación pronto se arreglaría.

En este punto, y después de todo lo relatado, es importante clarificar que en este Estado existía un rey, un sistema capitalista de libre mercado (aunque ya algunos lo habréis adivinado) y un gobierno que era lo que entonces se llamaba socialista.

Así transcurrieron varios meses en los que la situación, lejos de mejorar, fue empeorando poco a poco.

Así que el gobierno del que estamos hablando, pobrecillo, no le quedó más remedio de darse de bruces contra la cruda realidad. ¡Con lo feliz que vivía!

Tuvo que intervenir. Y lo hizo dando dinero de las arcas del estado a los bancos, los ahorros de todos los ciudadanos, con la esperanza de que pusieran de nuevo en marcha el sistema establecido para la circulación del dinero. Que concedieran prestamos a las empresas, sobre todo a las pequeñas que eran las que peor estaban, para reactivar la economía y así también luchar contra el paro.

Pero sucedió algo muy malo. Y es que los bancos no invirtieron el dinero que les dio el gobierno en promover y mantener las empresas y los negocios en apuros. No. Lo invirtieron en devolver el dinero a quienes se lo habían prestado a ellos para pagar sus deudas anteriores.

O sea, no sirvió para lo que había previsto el gobierno. 

Las empresas y negocios que con esfuerzo aun se mantenían, comenzaron poco a poco a ir peor. Muchas de ellas también quebraron y con ello aumentó el número de ciudadanos sin trabajo.

El gobierno no se enteraba de nada. No controló el uso del dinero que les dio a los bancos. ¡Pobrecillo, no estaba acostumbrado a controlar nada! Y  cuando se enteró era muy tarde y no podía hacer nada. Los bancos ya no tenían el dinero que el gobierno les había prestado y que les reclamaba que le devolvieran.

Cada vez había menos ciudadanos con trabajo y como la inmensa mayoría de los impuestos que recaudaba el gobierno venían los trabajadores, cada vez se recaudaba menos dinero para mantener los gastos del estado. Las arcas del Estado estaban casi vacías por el dinero que prestó a los bancos.

Tuvo que pedir préstamos  a los mercados, que unos estaban dentro y otros en el extranjero.

También decidió aumentar los impuestos sobre el consumo para compensar la reducción de la recaudación de las rentas del trabajo. Craso error. Entre que los ciudadanos tenían cada vez menos dinero y que los impuestos eran más altos, se consumía menos. Todo esto tuvo dos consecuencias nefastas:

·         La recaudación por impuestos disminuyó aún más.

·         Al bajar el consumo, aumentó aun más el paro.

El gobierno tenía aun menos dinero para mantener las necesidades mínimas del estado, como era ayudar a los ciudadanos que se habían quedado sin trabajo y no tenían nada, y además comenzó a tener muchas dificultades para pagar la deuda que había contraído con los mercados.

Nuestro gobierno no sabía muy bien quienes, o qué, eran los mercados, pero en esos momentos no estaba para esas minucias, lo importante es que obtenía dinero de ellos, que era lo que necesitaba en esos momentos.

Pagar la deuda era difícil y costoso debido a los intereses. El gobierno tenía que devolver el dinero a "los mercados" al cabo de un año, de forma que si le habían dado 2.000 millones de pitancos, después de doce meses tenía que devolverles 2.200 millones de pitancos.

Cuando se iba a cumplir el primer año el gobierno se puso a juntar los 2.200 millones, pero a pesar de buscar por todos los lados y rincones, solo encontró 1.600, por lo que no le quedó más remedio que pedir otros 600 millones (por supuesto a "los mercados") para así poder devolverles la totalidad de la deuda del primer año.

El segundo año el gobierno volvió a pedir a los mercados otros 2.200 millones para poder afrontar la nueva temporada. Los mercados le dijeron que muy bien, pero que esta vez los intereses tenían que ser más altos, que a finales de año tendrían que devolverles 2.300 millones, porque se estaban arriesgando mucho más al prestarles el dinero

Todo era muy raro porque si no se fiaban ¿porqué se lo prestaban? En realidad ponían sus condiciones porque no eran tontos y se daban cuenta de que tenían en sus manos, no solo al gobierno, sino a todo el Estado. Así que de alguna manera recuperarían su dinero.

Había una pequeña parte de los mercados que vivía en el reino y su dinero estaba en unos países que se llamaban "paraísos fiscales" que tenían dos características muy importantes para ellos:

·               No cobraban impuestos sobre las rentas del capital, ni los iban a cobrar nunca.

·               Mantenían en absoluto secreto las identidades de los dueños del dinero de los mercados.

Poco a poco el trabajo fue desapareciendo del reino. La inmensa mayoría de los ciudadanos no tenía ingresos, ni trabajo, por lo que se convirtieron en pobres de miseria, mientras que los pocos que tenían dinero y lo habían invertido en los mercados vivían nadando en la riqueza y en la abundancia.

Sólo había dos clases sociales, los pobres de miseria y los muy ricos. Esta situación duró poco.

Al poco tiempo los  muy ricos desaparecieron porque se fueron a vivir a los "paraísos fiscales" donde vivían todos muy bien. Estos territorios eran muy pequeños, pero no importaba, porque ellos eran también muy pocos.

Mientras tanto este Estado y otros cercanos se convirtieron en "zona de miseria", donde la gente solo trabajaba medio esclavizada en compañías creadas y dirigidas por los mercados para conseguir las materias primas y alimentos que necesitaban en los "paraísos fiscales".

El mundo tal y como era conocido en los antiguos tiempos desapareció, la pobreza, la miseria y la tristeza se extendió por todo el planeta.

Las personas ya no eran ciudadanos. Se convirtieron en mano de obra barata utilizada por los mercados que residían en los "paraísos fiscales", un 0,1 por ciento de la población viviendo en un 0,1 por ciento de los territorios.

Nuestro gobierno, desapareció, se diluyó, ya no tenía sentido su existencia. Nunca más hubo un gobierno como ese, elegido por los ciudadanos. Ahora gobernaban los mercados, que tenían todo el poder.

A partir de ese momento todo fue muy triste.

 

Epilogo.

Hay que reconocer que no toda la culpa fue de nuestro feliz y despreocupado gobierno cigarra. Los ciudadanos, exceptuando un pequeño reducto de “indignados”, no fueron capaces de reaccionar masivamente y, como todos sabemos, las consecuencias fueron muy graves.

 

2 de Agosto de 2011

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


jueves, 17 de marzo de 2011

Adaptación.

 



Las personas, cuando sufrimos un revés, una agresión, no nos acostumbramos, costumbre no es la palabra, sino que con el paso del tiempo nos adaptamos, esa sí es la palabra, adaptación.

Durante el proceso de adaptación muchas cosas cambian, no solamente nosotros.

La adaptación consiste en que cambiamos para adecuarnos a la nueva situación que se generó tras la agresión. Puede tratarse de un cambio de costumbres, de actitud, de ideas o cualquier otra cosa, pero nuestro cambio arrastra, sin quererlo, al de algunas cosas que hay a nuestro alrededor, las hacemos cambiar nosotros, no deliberadamente, sino como parte de un proceso vital.

La situación de lo que nos rodea ha cambiado, hay un antes y un después.

Al cabo de algún tiempo, y a consecuencia de nuestra adaptación, nos sentimos mucho más confortables y, si el revés no ha sido muy importante ó grave, puede ser que hasta nos olvidemos de él.

El cambio en el entorno que nos rodea permanece y quizás eso sea una venganza contra el que nos ha agredido.

Porque posiblemente ese cambio que se ha producido, que hemos generado en nuestro entorno para sentirnos cómodos en nuestras nuevas circunstancias, se haya vuelto contra él.

Sin embargo nosotros somos más fuertes.

Quién sabe, quizás la vida sea sabia y se vengue de los agresores. 


17 de Marzo de 2011

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021





miércoles, 16 de marzo de 2011

El viaje.

 




El vuelo salió a su hora, eran las 00.25 de un domingo tardío del mes de noviembre.

En el habitáculo de la nave había más plazas vacías que ocupadas lo que permitió que pudiera dormir durante un rato, tumbado incómodamente en una de las filas de cinco asientos vacíos que había en la columna central. Lo de menos fue levantar los cuatro reposabrazos, lo peor fueron las separaciones que había entre los asientos y que no hubo forma humana de adaptarlas a ninguna parte de su cuerpo.

Once horas y media son muchas horas, así que dio tiempo a todo, incluso a ver alguna película. Incluso a leer alguna página del libro que estaba acabando, "Sobre Héroes y Tumbas", ese libro por el que ya conocía parte de la ciudad a la que se dirigía. Especialmente quería visitar el Parque Lezama donde, al lado de la estatua de Ceres, Martín conoció a Alejandra.

Dada la escasez de pasajeros la tripulación iba tan relajada que las tres o cuatro veces que se acercó a la zona de servicio de la aeronave, donde estaba el agua, el café y los snacks, se tuvo que servir él mismo, sin que nadie le hiciera el más mínimo caso.

La diferencia horaria con el destino era de cuatro horas y la distancia diez mil kilómetros, eso, pensaba, sólo se puede dar en un cambio de hemisferio.

No sabía que iba derecho a uno de los viajes de su vida, ni se lo imaginaba. Los últimos días habían sido una carrera de obstáculos, con múltiples problemas de toda índole, aunque sólo uno realmente importante, muy importante. Pero él siempre tuvo fe en que podrían salir.

Aunque siempre le rondó por la cabeza la  posibilidad de tener que cancelarlo todo rápidamente -si hubiera sido necesario por supuesto que lo hubiera hecho- nunca realmente se vio abortándolo. Era un viaje que inició por ella y que a la vez que lo fue programando se fue implicando más y más hasta que casi se sabía de memoria todos los sitios que iban a visitar, mucho antes de pisarlos.

Tampoco sabía que todos los obstáculos que habían soportado antes de salir no iban a ser ni la décima parte de los que se iba a encontrar en los próximos días. Sin embargo, a pesar de ello, quizás gracias a ello, iba a ser unos de los dos viajes más importantes de su vida, uno de los dos que más le marcaría en adelante. Un viaje que recordaría muchos años después con emoción y todo lujo de detalles, sobre el que escribiría un libro, nunca publicado, pero suyo.

En unas pocas horas su piel estaría recibiendo toda la calidez del sol de la primavera porteña, el frío, la humedad y la tristeza se habían quedado en el otoño de Madrid. Las enormes y floreadas jacarandás azules estarían alegrando sus ojos y ese tono arrastrado y cantarín, ese modo porteño de decir palabras muy parecidas a las suyas, estaría regalando sus oídos. Todo ello por primera vez en su vida.

La Plaza de Mayo, San Telmo, Boca, Avenida Córdoba, Avenida Santa Fe, Palermo, el Rio de la Plata con sus aguas enlodadas, de cualquier color menos el de la plata, la Recoleta, los Claustros del Pilar, el enorme gomero frente al café La Biela, donde acostumbraban a sentarse Don Ernesto y sus personajes, todo aquello que ahora le encoge el corazón, estrujándole un poquito y sintiendo una pequeña dosis de felicidad aun en la distancia.

Esa noche de inmenso calor primaveral en la limpia y bella semioscuridad de Buenos Aires sobre una tumbona blanca de plástico en una azotea porteña. Ese cansancio que le hizo quedarse dormido, protegido por los brazos de una felicidad extraña, mientras en su habitación hacía un calor húmedo y difícil para poder dormir.

Esa calidez de la gente a la que se dirigiría y de la que siempre recibiría un trato cortés y muy a menudo amigable, cálido y comprensivo.

Argentina iba a ser a partir de entonces su segundo país, aquel que le hubiera gustado elegir para vivir largas temporadas, aunque nunca pudiera hacerlo. Su vida transcurriría viviendo en su amado Madrid y añorando Buenos Aires, lo patagónico, lo argentino en general.

Ese viaje y ese país cambiaron su vida en gran medida, aunque sin saber del todo cual fue el motivo. En ello tenían mucho más que ver las sensaciones y los sentimientos que la razón.

En realidad, probablemente, lo único que sucedió es que se desatascó y brotó, como de una fuente, todo ese jodido  y maravilloso romanticismo que, sin saberlo hasta ese momento, llevaba dentro.  



16 de Marzo de 2011

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


jueves, 3 de marzo de 2011

El niño y el amor.

 


El niño acababa de terminar de comer y se preparaba para ir al colegio, él sólo, por primera vez iba a ir sólo, tenía 10 años. Su mamá le había dado un billete de Metro y su papá sesenta céntimos para que se comprara un regaliz antes de entrar al cole.

El niño estaba muy orgulloso y contento, era casi como si fuera un día de fiesta, sus papás habían depositado su confianza en él y por tanto se sentía responsable. Abrió la puerta de su casa y bajó por las escaleras de madera hasta llegar al portal, no lo hizo a saltos como habitualmente, sino despacio y escalón a escalón, había que prevenir cualquier accidente. Traspasó el amplio portal saliendo a la calle y se dirigió con la cartera de cuero en la mano hacía el Metro cuya boca estaba en la plaza, a unos doscientos metros de su casa. Tenía que cruzar una calle pero no circulaban muchos automóviles por entonces.

Una vez en la boca del Metro descendió hasta el vestíbulo donde estaban las taquillas y presentó  a la empleada el billete para que se lo picara. Bajó las escaleras hasta el andén y al cabo de poco tiempo apareció un convoy con tres vagones. Las puertas se abrieron y el niño con mucho cuidado saltó dentro, había bastante espacio entre el vagón y la plataforma del andén ya que la estación estaba en curva.

El vagón no estaba muy lleno ya que a las tres de la tarde en aquellos tiempos había muy poco movimiento. Se colocó la cartera entre las piernas y se agarró fuerte a la barra vertical para no caerse. Sabía que tenía que apearse en la segunda estación, Callao. Estaba realmente emocionado al ver de lo que era capaz y le pesaba la responsabilidad de hacerlo todo bien para que no hubiera problemas y al día siguiente le volvieran a dejar ir sólo.

El tren por fin llegó a Callao y el niño, después de esperar a que las puertas se abrieran, se apeó, subió las escaleras y llegó a la calle, era la Gran Vía. Nada más salir, a la derecha, pegado a la pared, recién sobrepasada la entrada al cine Avenida, estaba, como todos los días, el señor que hacía bailar a un muñequito de papel con piernas y brazos de goma al ritmo de lo que cantaba. Era milagroso, ¿cómo podía un muñequito bailar sólo?  Pero el caso es que el señor los vendía envueltos en una bolsa de papel y a un precio de dos cincuenta, todo un capital que el niño no tenía y que tampoco se había atrevido a pedir nunca a su papá. Pasó de largo, no podía pararse a mirar y que le sucediera algo o que no llegara a tiempo al cole. En las enormes carteleras del cine Palacio de la Música se veía la cara y un plano largo de Charlton Heston vestido del Cid Campeador y blandiendo una enorme espada. En otra cartelera más pequeña se veía a Sofía Loren completamente vestida de negro, vestida de doña Jimena. Tampoco se paró, estaba harto de verlas.

Llegó al paso de peatones que había justo enfrente del cine Imperial y esperó hasta que el semáforo se pusiera verde. Atravesó la calzada con mucho cuidado y siguió por la cera de enfrente hasta llegar a la esquina de Gran Vía con la calle del Barco, donde estaban los almacenes Sepu, allí giró a la izquierda. Ya quedaba poco para llegar, todo estaba transcurriendo bien, lo que le tranquilizaba.

El paso por la calle del Barco hasta llegar al colegio transcurrió tranquilamente, era una zona tranquila, una calle de barrio. Eso sí, el niño paró unos instantes en el puesto de chuches para comprarse el regaliz y disfrutarlo mientras entraba en clase, pensando en lo bien que había hecho todo y lo bien que le había salido.

Desde la esquina de la calle Puebla un hombre observaba cómo su hijo compraba el regaliz, lo mismo que había observado todo el viaje del niño con mucho cuidado de no ser visto. Ahora ya podía ir tranquilo al trabajo.

Al día siguiente todo sería igual, excepto que el padre no seguiría a su hijo.

Ese mismo hombre, hoy, muchos años después, no es capaz de reconocer a su hijo que ya no es un niño. Una enfermedad despiadada se lo impide.

3 de Marzo de 2011

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lunes, 7 de febrero de 2011

Pensamiento.

 



Algunas veces pienso que nuestra sociedad no está tan vieja y podrida como pienso otras veces. 

Pero no hay que confiarse. 

Para enfrentarnos a un problema hay que conocerlo. 

Para luchar contra nuestro enemigo tenemos que saber que lo es. 

Para poder resistir hay que conocer que hay algo que nos acecha. 

Para tener alegría hay que ser consciente de lo que nos amenaza y de que estamos haciendo todo lo posible para que persista lo que amamos.



7 de Febrero de 2011

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miércoles, 2 de febrero de 2011

Conocimiento.

 



Conocimiento puede tener varios significados. En el que yo estoy pensando ahora, el importante, quizás más que importante la palabra sea trascendente, es aquel al que se llega no solo con ver, sino con mirar, no solo con mirar, sino observando cuidadosa y detenidamente, no solo observando cuidadosa y detenidamente, sino indagando, preguntándonos el porqué, ¿el porqué de qué?, de actitudes, de situaciones, de comportamientos, pequeños quizás, aparentemente intrascendentes, aparentemente invisibles, de los que hay muchísimos pero sólo algunos vemos.

Más que observar cuidadosa, detenida y profundamente, se trata de penetrar en su naturaleza, en su vida, en su historia, escuchar atentamente, discernir entre lo dicho banalmente y lo expresado desde lo más profundo del corazón y sobre todo del cerebro, a veces del subconsciente. Si todo eso se hace sin ánimo de hacerlo, sin malicia (qué palabra), de una forma no consciente, involuntaria, entonces, algunas personas lo llamamos intuición. No todas las personas tenemos esa capacidad. Yo conozco algunas y, es curioso, en la que estoy pensando en este momento es alguien a quien se le nota mucho, aunque, si estoy en lo cierto, quizás sólo lo note yo porque también soy una persona intuitiva.

Quiero decir, adicionalmente, que a veces me equivoco y suele ser fatal, porque me fío demasiado de mi intuición.

 

2 de Febrero de 2011

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021






viernes, 28 de enero de 2011

Mi pasillo.

 


Voy caminando. Por un pasillo. Hay puertas cerradas a la derecha y a la izquierda. El pasillo no tiene final. A veces abro una puerta. A veces traspaso esa puerta dejando el pasillo. Otras veces simplemente abro, miro y cierro la puerta. Algunas veces cuando traspaso el umbral de una puerta es porque lo que he vislumbrado y me gusta, me atrae. Otras veces es simplemente porque lo que hay dentro lo necesito, por ejemplo comida, o un aseo. A veces son habitaciones pequeñas y otras veces grandes salones, como mundos aparte. Pero la forma de salir es volver al pasillo, no hay otra. Unas veces me quedo mucho tiempo dentro de una pequeña habitación y otras veces me voy rápidamente de un salón enorme y muy bien iluminado. A veces, si me acuerdo cómo encontrarla, vuelvo para abrir una puerta que comunica con algún sitio donde ya estuve y me gustó, también puedo volver porque necesito algo que hay allí. Pero donde más seguro me siento es en el pasillo, ese pasillo sin fin y lleno de puertas...

 

28 de Enero de 2011

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viernes, 21 de enero de 2011

Miedo.

 


No se puede, no se debe, vivir con miedo, aunque, sin embargo, sentir miedo es absolutamente humano. Miedo razonable ó irracional. El miedo agarrota y no deja ver la realidad como es, filtra la visión de lo que sucede, enfocando las partes negativas y desenfocando las partes positivas. Sentir miedo denota nuestra humanidad, pero eso no quiere decir que ya está, que no podemos hacer nada, que nos dejemos llevar por él. Hay que sacar a relucir entonces nuestra racionalidad y combatirlo. Para ello primero tenemos que intentar serenarnos. Como siempre:

1.       Detectar que tenemos miedo.

2.       Intentar tranquilizarnos.

3.       Observar fríamente cuales son los motivos de ese miedo.

4.       Analizar esos motivos.

Ojo, que este proceso puede no ser tan rápido como nos gustaría, así que paciencia...

Posiblemente, no siempre, después de este proceso aun tengamos miedo, pero no nos agarrotará. Si no tenemos miedo ya está y si no nos agarrota podremos combatirlo.

Quizás el miedo sea una sensación positiva, un síntoma, algo que nos alarma y nos hace ser conscientes de que tenemos un problema y necesitamos hacer algo, que es necesario que reaccionemos.

 

21 de Enero de 2011

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021




domingo, 16 de enero de 2011

Tipos.

 





Según la tipología que acabo de inventar hay personas:

  1. Atractivas por fuera y pequeñas por dentro.
  2. Atractivas por fuera y feas por dentro.
  3. Atractivas por fuera y grandes por dentro.
  4. Feas por fuera y pequeñas por dentro.
  5. Feas por fuera y feas por dentro.
  6. Feas por fuera y grandes por dentro.

No me gustan ni las de tipo 2 ni las de tipo 5, no me gustan nada.

Habitualmente me siento atraído, no sé porqué, por las de tipo 1 y 4, si no son hurañas, me suelen caer bien.

No voy a ser falso, me encantan las personas de tipo 3 y tengo muy buenos amigos de tipo 6 a los que aprecio una barbaridad.

Piensa. ¿De qué tipo eres tú?, pero ten en cuenta que lo importante no es lo que tu pienses, sino lo que piensen los demás de ti.

PREGUNTA: ¿Porqué no he incluido las "atractivas por dentro"?

RESPUESTA: Porque las que son grandes por dentro son irremediablemente atractivas.

 

17 de Enero de 2011

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viernes, 14 de enero de 2011

Mi madre.

 


Soy su hijo, pero al margen de que yo la quiera, es y ha sido una gran mujer. Me explico. Fuerte, decidida, cariñosa, responsable, inteligente, hábil (en todos los sentidos), con carácter, comunicativa, perseverante, solidaria, valiente, social, optimista, apoyo, ... y muy buena gente.

Muy pocas veces, casi nunca, la he encontrado amargada, seria sí, pero pocas veces y durante un corto periodo de tiempo. Triste también, pocas veces, la mayoría en estos últimos años en los que se le ha venido la vida encima golpeándola con constancia y sin descanso.

He aprendido de ella que los sucesos, sobre todo los negativos, aunque también los positivos, hay que tomarlos con tranquilidad, serenamente, despacio, absorberlos poco a poco sin desesperación y sin soberbia. Que hay que sacar siempre lo positivo de lo negativo, porque quizás con el paso del tiempo nos demos cuenta de que no era tan negativo como pensábamos.

Que si tienes serenidad de ánimo y dejas que esos problemas, contra los que no puedes luchar, que son inevitables, vayan penetrando en ti poco a poco, despacio, sin desesperarte, pueden ocurrir dos cosas: que la situación horrible que preveías no es tan horrible y/o que vayas encontrando soluciones que ni siquiera vislumbrabas al principio, soluciones que se te van ocurriendo según el problema se va incorporando a tu vida, a tu cotidianidad. Sólo hay que tener ánimo (y serenidad) y no hundirte.

He aprendido de ella muchas más cosas.

En este momento me acuerdo de mi madre porque la veo tan pequeñita, tan viejecita, tan frágil físicamente, teniendo que cargar con la terrible enfermedad que es el Alzheimer de mi padre, y me doy cuenta de cuanto la quiero, pero sobre todo de cuanto la admiro, cada vez más. Ojala pudiera ser como ella, lo intentaré.

 

14 de Enero de 2011

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martes, 11 de enero de 2011

Comienza otro año

 



Hay dos ciclos anuales, el de los años escolares que va de septiembre a agosto y el de los años naturales, de enero a diciembre. Me refiero al segundo, aunque la sucesión de rutinas o eventos repetidos es común a ambos ciclos.

Resaca post-navideña, frío, alargamiento muy lento de las horas de sol, frío, planificación general del año, frío, plan-de-buenas-intenciones-que-casi-nunca-se-cumplen-del-todo, frío, cuesta de enero, frío, rebajas, espera del fin de semana que parece que nunca llega, quizás nieve en Madrid, hartura de frío y llegada de la primavera, alargamiento más rápido de las horas de sol, vacaciones de semana santa, llegada lenta y alternativa de días más soleados, cambio de horario, fiestas de San Isidro en Madrid, días mucho más largos y noches más cortas, alergias primaverales, terracitas con cervecitas, alegría, frustración porque llueve más de lo que nos gustaría, días superlargos, primeros calores, llegada del verano, que no, que el calor no llega, "este año no va a haber verano" (qué gilipollez), hastío de calor, aire acondicionado, terracitas nocturnas, dormir poco por la noche y aprovechar la siesta, vacaciones, calor, vacaciones, playa o montaña, vacaciones, lugares turísticos en España o en el extranjero, vuelta de vacaciones, trauma postvacacional, comienzo del ciclo anual escolar, cagoen... se encogen las horas de sol, llega el otoño, se alargan las noches, cambio de horario, a las 6 de la tarde es de noche, joooder no para de llover, vamos al cine que hace frío, puente de la constitución ¿viajecito ó excursión?, llegan las navidades, ¿donde pasamos la nochebuena? ¿y la navidad? ¿y el añoviejo?, felicitaciones y festejos.

Solo es un ejemplo, pero también vendrán sucesos imposibles de pronosticar. La vida, porque todo esto ocurrirá mientras vivimos. Estos sucesos imprevisibles son los que harán que vivamos más o menos felices.


 

11 de Enero de 2011

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