Y se estrelló, sobre un suelo duro y seco. Y se rompió en
mil pedazos.
Ese fue el hecho, pero nunca sabría si hubo agua, aunque
tenía la certeza de que sí, la había.
Afortunadamente por allí estaban el Hada de los Abrazos y el
Hada de la Alegría, que con dulzura y destreza recogieron cada uno de los
trozos, juntándolos y pegándolos.
Una vez finalizaron tan delicada tarea, cogieron sus varitas
mágicas y dieron un toque con ellas a su corazón. De nuevo volvió a la vida.
Gracias a las Hadas sólo iba a ser doloroso, no definitivo.
El descenso libre fue una gran experiencia. Una maravillosa
experiencia de vida. Mereció la pena.
A partir de ese momento solo iba a ser muy doloroso.
Nada más.
© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021
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