miércoles, 25 de abril de 2012

Trayecto

 


Una chavalita rubia y guapa con un flequillo que ya es algo más que eso cayendo por la parte derecha de su cara y con el pelo recogido camina hacia su trabajo al lado de su amiga morena, seguro que piensa que va a ser un buen día en el que le van a desaparecer las dos picaduras de mosquito que tiene en la cara, las dos se pierden detrás de una esquina después de cruzar por un paso de cebra. 

El metro está como todos los días, con bastante gente con troleys, no en vano es la línea que lleva al aeropuerto. A la salida la repartidora del QUE! tiene como siempre un ejemplar preparado en la mano esperando al primero que llegue y lo coja, hoy paso por delante sin alargar la mano, no me apetece ojearlo, ¿será porque ayer eliminaron al Real Madrid? no, seguro que no.

Una señora mayor y muy arreglada aparece por la esquina de enfrente llevando cogido con una correa un perro blanco, lanudo, gordito y de patas cortas, parecido al del whisky Black & White, que va moviendo el culo con gracia de un lado a otro mientras camina al lado de su dueña, va pensando que ya ha realizado lo que tiene que hacer por las mañanas y ya es hora de volver al hogar, luego dicen "vida de perro" cuando se refieren a una mala vida... Otra mujer de como unos cuarenta y tantos arrastra un carrito de la compra verde, que hace juego con su "barbour", da una nota de color a la mañana gris, pues lleva un paraguas rojo con lunares blancos, ¡ole el rojo!  

Mientras tanto las mínimas y aisladas gotas de agua siguen cayendo, mojan tan poco que la mayoría no lleva abierto el paraguas.

Un anciano con un forro polar viejo y feo camina calle abajo mirando triste y detenidamente una papelera que se encuentra enfrente del Mercadona de turno, su caminar es más lateral que frontal, una pierna adelante y a un costado, luego la otra igual pero al costado contrario, un caminar feo y cansino, la vejez no debería afear ese tipo de cosas. 

Se oye el sonido de los neumáticos de un automóvil deslizándose por el asfalto mojado, se acerca, llega y se aleja con un venir e ir de sonidos conocidos. 

Uno de los escaparates está siendo limpiado con mimo por un hombre joven en camiseta de manga corta que maneja con destreza todas las herramientas que acostumbra a usar un limpiacristales, está pensando en el próximo viernes que ha quedado con su chica para hacer las cosas que acostumbran a hacer los viernescetes. 

Ya en la calle ancha se ve más luminosidad y varios comercios, bares y cafeterías. 

Un hombre con traje y corbata camina mirando fijamente su terminal móvil multimedia (o sea su smartphone) y llevando un paraguas naranja chillón pero desvaído bajo su otro brazo. Que desfachatez el cartel que muestra en su cristal un banco nacional importante "hay varias soluciones para cada problema pero solo una es perfecta para cada cliente", no se a qué están esperando para dársela. 

Todo es gris pero la lluvia es fina y muy poco densa, el trabajo nos espera a todos los que tenemos la suerte de tenerlo. Hacía él voy.


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021



jueves, 19 de abril de 2012

Miradas

 


Nuestras miradas definen nuestro carácter y nuestro estado de ánimo. Basta observar con discreción.

Hay personas que tienen una mirada vacía, que denota falta de pensamientos, de curiosidad, de inquietudes. Son miradas sin inteligencia, que no transmiten absolutamente nada. Estas miradas las veo con demasiada frecuencia en la calle, y lo peor es que la mayoría pienso que no tienen solución, no creo que estén producidas por un estado de ánimo.

Hay otras que miran activamente, examinan, más o menos detenidamente, pero siempre con curiosidad. Algunas mueven rápidamente las niñas de los ojos fijando su atención en objetivos distintos, buscando siempre algo que atrae su atención con inquietud. De ese tipo suelo ver pocas, pero me gustan, mucho.

También me encuentro a veces con miradas esquivas, que nos miran y cuando detectan que los estamos observando, retiran rápidamente su mirada con dos variedades básicas: las que bajan la vista al suelo y las que la desvían a un lado como mirando otra cosa. Luego, cuando notan que no los ves, vuelven a redirigirla hacia ti mirando furtivamente, a traición. Esas me suelen gustar muy poco.

Luego están las miradas asustadas, miran como con miedo, apartan la mirada si notan algo extraño en la tuya o en la de la persona a la que miran. Se puede llegar a ver su miedo. Esas me inspiran pena.

Las miradas tristes, que suelen ser consecuencia de un estado de animo o de una desgracia, esas me inspiran ternura.

Y las de amor y las de deseo, las de cariño inmenso, pero esas suelen ser privadas, no se suelen ver por la calle.

Las de odio tampoco, bueno, alguna vez si no observas con discreción.

En cualquier caso la mirada es algo vivo, no valen las fotografías y menos la de unos ojos, se necesita la cara entera en movimiento, la mirada incluye la expresión de la cara.

Mirar a la gente a los ojos y observar su mirada es un ejercicio muy interesante y en muchas ocasiones divertido.

Una mirada puede dotar de una gran viveza y atractivo a una cara fea. Y también todo lo contrario, una mirada vacía, esquiva ó asustada puede convertir la cara más bella en algo insulso y sin atractivo.  



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

viernes, 13 de abril de 2012

Cien perros saltarines


 
Hoy es viernes, por fin, el mejor día de la semana.

Cien perros saltarines brincan riendo a mi alrededor. Ríen y cantan una sardana todos agarrados de las patas.

Cuatro rayos de sol, cuatro, llegan hasta mi cara y bajan por mi cuello hacia los brazos consiguiendo que mis manos sientan un cosquilleo de bienestar irresistible. Tengo seis dedos en cada mano para agarrarme a la luz.

La calzada de la calle por la que camino se abre creando una enorme zanja en la que van cayendo uno tras otro todos los coches. Las motos y las bicis se elevan y vuelan sobre ellas cambiando de color. Todas se convierten en objetos multicolores, verde, azul, rojo y amarillo.

Y eso que son solo las ocho de la mañana, ¿Qué sucederá a las cinco de la tarde?



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 11 de abril de 2012

Carretera al cielo

 

 
Va caminando por la calle, son las cinco y media de la tarde, el día está un poco gris aunque con mucha luz, sus ojos se resienten sin gafas de sol. Hace buena temperatura, pero mucho viento, es primavera. No desea la lluvia aunque comprende que es necesaria y además está a punto de llegar abundantemente.

La sensación es de vértigo, de angustia. Ahora le pasa a menudo cuando está solo. En estos momentos más aun, puesto que va a volver a su pasado durante unas horas, a recoger algunas estanterías de su vida y meterlas en cajas de cartón. Tiene que hacerlo.

Es curioso que esta normalidad de tantos años ahora le cree una sensación de inseguridad. Ahora que sabe qué es esto, y no es acojone, aunque no sabe realmente qué es, cómo llamarlo, bueno si, tiene una idea: inseguridad, vacío, incertidumbre, pedacitos de soledad..., pero no se decide por ninguno aunque algo tiene que ser.

Antes, cuando estaba sólo no tenía esta sensación porque siempre tenía donde ir, donde guarecerse, un sitio cómodo para él, un hogar, rodeado de un montón de cosas que le transmitían seguridad, serenidad. Ahora no. ¿Será eso lo que le falta? Cree que si. Entonces, ¿Cómo podría llamar a esa sensación? ¿Desarraigo?

Justo ahora se dirige a ese lugar para guardar algunos trocitos de su vida en cajas de cartón. Luego se los llevará a otro sitio, para más tarde, tranquilamente, hacer criba y guardar algunos de ellos en sus nuevas estanterías vitales. Otros irán a la basura. De alguno de estos últimos, seguro que se arrepentirá en el futuro de que hayan acabado así, pero no es buen momento para elegir y sin embargo hay que hacerlo.  

Se dirige a ese lugar donde antes encontraba seguridad y ahora, solo de pensarlo, siente todo lo contrario. Eso es lo que incrementa esa sensación familiar de vértigo y angustia que siente a menudo cuando está sólo.

Se da cuenta, o eso piensa en ese momento, que tiene que conseguir saber qué es lo que quiere encontrar, porque es imprescindible para intentar buscarlo. Luego el problema será cuánto puede costarle, pero eso será después. Quizás solo sea que no hay que buscar nada, que sólo es necesario dejar pasar el tiempo y de repente un día se encuentre con que lo tiene. Posiblemente sea que el ocupar las estanterías de su nueva vida sea un proceso lento. Y entonces se pregunta, ¿mientras tanto?

Aguantar. Apretar el culo y aguantar. ¿Quién dijo que iba a ser fácil?

La recompensa merece la pena ya. Eso es lo que le ayuda.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021