martes, 5 de octubre de 2021

Mi amigo Manolo

 


Alto, delgado, desgarbado, siempre se sentaba a mi lado en clase, en esas aulas escalonadas y viejas de la Escuela de Industriales. Fuera la asignatura que fuera sacaba su taquito de DIN A4 y con los dedos perfectos de su mano derecha dibujaba esos pensamientos fantásticos que se le escapaban directamente hacia la punta del portaminas: duendes, monstruos, hadas bellísimas, dragones de largas colas y alas extendidas. Su postura chepuda con la cabeza fija sobre la estrecha mesa y su gesto concentrado y serio hacía que ningún profesor dudara de lo que en realidad no estaba haciendo. La única diferencia es que nunca levantaba la cabeza. Luego en la cafetería me pedía los apuntes y me dejaba elegir entre todas las hojas que había llenado de dibujos. Yo conseguí una perfecta colección de monstruos y hadas y ambos conseguimos con mucho esfuerzo en los meses finales y algo de suerte aprobar al completo el cuarto año de carrera.


6 de Octubre de 2021

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2022

lunes, 21 de junio de 2021

Soledad

 

Está solo, se siente solo, pero cree que no es verdad, que no lo está, pero se siente mal porque piensa que no tiene mucho a lo que agarrarse. Las tres personas que desaparecieron hace unos años hicieron que nunca tuviera esa sensación, con tanta profundidad, hasta ese momento. Pero a la vez que piensa eso, o justo el instante después, piensa también que no es cierto del todo y que no está siendo justo, que se está auto victimizando. ¡Qué complejos son los sentimientos y sus pensamientos generadores!

La soledad es algo que a veces busca y ha buscado, quizás sea a consecuencia de ello, quizás que de tanto intentar desaparecer a veces lo consiga. Porque cuando se está solo en la soledad buscada y conseguida, está desaparecido del mundo y de las personas, aunque el mundo y las personas sigan pensando en él. ¿No es justo que las circunstancias puedan desarrollarse al revés?

Piensa, sí, que es bastante humano pensar que él, como individuo, tiene que ser lo más importante para el reducido número de personas a las que íntimamente ama. Y ese pensamiento es generador de frustraciones y equívocos mentales, y emocionales, ya no solo injustos, sino generadores de falso sufrimiento.

Pero existe algo que considera absolutamente necesario no olvidar, por ejemplo la generosidad, y el cariño y ¿por qué no? la razón y los recuerdos. Ah y el ejercicio de ponerse en lugar de los demás.

Se siente solo, pero no lo está.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 9 de junio de 2021

Elongación.

  

Salto, salto, salto, cada vez más alto, decía quizás hace unos años. 

Era mi sueño, pero ya no, ahora tomo la luna entre mis manos. 

Y me pregunto, ¿era para tanto?

 02/06/2021


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


sábado, 22 de mayo de 2021

He limpiado todo, no he dejado nada, ningún rastro de sangre

 


Tenía el cuerpo dolorido y mucha sed, soñaba con un jergón, necesitaba descansar. Amanecería en un par de horas.


  • Andrés, ¿Qué hacemos? ¿Continuamos?

 Hubiera dicho que sí, lo dijo, que seguiríamos cabalgando, ¡seguro! Pero tal respuesta salió solo de mis recuerdos, a través de los que era capaz de escuchar su voz.

 Me llamo Curro. El sol ya no está, acaba de desaparecer por detrás del perfil azul rojizo de la serranía, empieza a hacer frío. El silencio es casi total, solo se escucha el eco del sonido de los cascos de mi caballo. Será otra noche sin dormir, pero cuando amanezca veré el mar.

 Y noto que me siento mal, extraño, triste, solo y decepcionado. Tengo cien años. Nunca pensé que podría pasar esto aunque era lo normal. Andrés, siempre fuerte y seguro, con el don de saber ceder, haciendo planes continuamente, en todo momento alegre y generoso, a mí lado desde que nací, ya no está.

 Todo a causa de nuestra vida, fácil en exceso aunque peligrosa, te habitúas y parece normal cuando no lo es. ¿Quiero algo?, lo tomo, ¿necesito dinero?, lo cojo, o sea, siempre quitando a alguien lo que es suyo, habitualmente con violencia. ¿Y para qué? Para qué, para no dejarnos la vida en el campo, con los animales, pasando frío y calor, hambre y penas, miserablemente. Para huir de la miseria creada por una tierra pobre hasta lo increíble, que no da absolutamente nada. Y así comenzó todo, asaltos fugaces y retiradas aún más rápidas a casa, a la serranía. Y viajes de diversión a la ciudad, donde no te conocen y puedes hacer lo que quieras, vino, juego, mujeres, buena comida.

 Y seguí cabalgando hasta que se hizo de día. Y ¿Por qué no sentía frío? Lo hacía, porque la noche es silencio y frío. Y oscuridad. Sentía dolor. Recordaba las últimas horas. Lo limpié todo, no quedó ni rastro de la sangre de Andrés. Y me lo llevé todo, lo saqué fuera, lo arrastré hasta el risco y lo quemé, todo salvo cuatro o cinco recuerdos de mi hermano que llevo conmigo. La casa quedó como cuando murió madre, un camastro, su cómoda, la mesa y las sillas ajadas del comedor y el aparador carcomido. Como si Andrés y yo nunca hubiéramos vivido allí, como si madre pudiera sentirse de nuevo orgullosa de nosotros. Andrés yace a la izquierda de su tumba, lo enterré y punto, sin ninguna señal que lo indique. Y me fui, para siempre.

 Ya noto la humedad del mar, cada vez me queda menos. No sé qué voy a hacer ni cómo voy a empezar, sin él, sin mi amigo, sin mi hermano. Siempre juntos.

 Esas tardes de juegos después de guardar el ganado, cansados tras un día de trabajo, de sol o de frío cuando no de lluvia, esperando las gachas de madre, bajábamos corriendo al río, necesidad de diversión, de libertad yo creo, y cogíamos ranas mientras poco a poco se iba la luz del sol y Andrés riendo y saltando de piedra en piedra retándome a cruzar al otro lado a la pata coja y yo siguiéndole, como siempre… Era una buena vida, sencilla, trabajo duro y una triste diversión. Cómo le echo de menos y como me duele, pero a mí no me pasará. Se lo debo, me lo debo, se lo debo a madre también. 

 No me lo esperaba, no nos lo esperábamos.

 

  • Viene alguien -le dije-.
  • Ah sí, un muchacho tirando de un asno, no tendrá más de 15 años.
  • ¿Qué querrá?
  • Voy a salir, lo mismo anda perdido.
  • Cuidado Andrés, ten cuidado, no salgas desarmado.
  • Pero si es sólo un chico...

 Mientras terminaba de desollar el jabalí escuché el estruendo, un disparo. Di un salto hacia la puerta y ahí, a cinco metros estaba, el niño con la pistola humeante en la mano y mi hermano inmóvil, retorcido en el suelo boca abajo y con una gran mancha de sangre bajo la cabeza. Salí corriendo sin pensar en nada, me arrodillé y le volteé. Tenía la cara desfigurada, el impacto le había dado en la nariz. 

 

  • Arruinasteis a mi familia, nos quedamos sin nada.

 Lo miré con extrañeza, mi única preocupación era Andrés. Bajé la mirada y le cogí por los hombros apoyando su cabeza sobre mi pecho, le movía obsesivamente, gritaba su nombre como esperando que así reaccionara.

 

  • Mi madre murió hace veinte días y vengo de enterrar a mi padre. ¡Asesinos! -gritó-.

 Levanté la cabeza, el muchacho me apuntaba con su arma descargada que ya no servía para nada. Tenía los ojos extraordinariamente abiertos y no paraba de gritar con rabia, desesperadamente. De repente me tiró la pistola a la cabeza y salió corriendo cuesta abajo. El asno corrió detrás de él. Y ya solo recuerdo cuando mis ojos volvieron a mirar y mi cerebro me avisó de que nunca más volvería a escuchar la voz de mi hermano, ni a ver su sonrisa.

 Ahora estoy frente al mar y pienso que existirán otros lugares a los que ir, porque hay barcos que cruzan el océano. Y eso me abre una esperanza. Iré.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


domingo, 28 de marzo de 2021

Tránsito.

 


Voy bordeando el gris, con marcha insegura, sobre el negro del abismo, en esa especie de horizonte se van y diluyen imágenes que representan mis aciertos, mis dudas, mis momentos luminosos y también los oscuros y los atormentadamente oscuros y los esplendorosamente bonitos, y mi pie cede y resbalo y caigo lentamente al negro, pero al caer, ese es el milagro y mi asidero, miro hacia arriba por inercia y todo es blanco y gris muy claro con tonos amarillos luminosos.

Madre, cuanto amor siento, noto como me coges en tus brazos, me cuidas, me arropas, me proteges, noto la energía que irradias y que me sustenta. No siento mis piernas, ni mis brazos, cada vez noto menos mi cuerpo, pero soy de esa energía que pienso que sale de ti, aunque no lo sé con certeza, y que me dirige a saber, a conocer.

He dejado de caer, vuelvo al gris, al borde por el que me deslizo, arriba la luz, abajo el negro oscuro, pero... un punto blanco brilla en la oscuridad, muy pequeño. Y vuelvo a imaginar, ¿es esa la palabra?, números, ruidos, pantallas, voces que no distingo lo que dicen, siento de nuevo dolor y mis recuerdos, y quiero abrazar pero no puedo y quiero hablar, consolarles, dar motivos y razones, pero no puedo, me concentro e intento proyectarlos al vacio, y noto pitidos cada vez más fuertes y frecuentes a los que siguen más voces, gritos, movimiento y vuelvo a resbalar a derretirme hacia el oscuro, el negro cuyo lunar blanco va creciendo muy despacio. Ya no me consuela el blanco impoluto sobre mí. La caída es dulce.

Paz, eres mi objetivo, mi meta, todo lo que deseo. Pero siento, sigo sintiendo, no mis dedos, ni mi cuello, ni mi boca, pero siento esperanza, armonía, felicidad, libertad, sosiego, satisfacción, alegría, soy un rayo de luz, pura energía y en ese momento, el pequeño agujero blanco se ha hecho TODO, porque lo he atravesado a gran velocidad, soy un destello. Por fin estoy muerto y ahora lo entiendo todo.




© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 10 de marzo de 2021

El caserío

 



Conducía relajado escuchando la final de la Copa del Generalísimo, a priori un gran partido, el Real ya casi tenía ganada la liga pero el Atlético quería precisamente ese trofeo para salvar la temporada. El cielo lucía azul y por la ventanilla bajada entraba un especial aroma a césped húmedo. El fin de semana en Bilbao había sido familiar y agradable, su tíos y sus primos se habían encargado de no dejarle ni un momento solo, ni un instante para pensar, no habían parado de llevarle de un sitio a otro, allí ya se sabe, que si unos chiquitos aquí, que si vamos al puerto de Plencia a por unos chipis, a comer unos txitxarros a Santurce, que si ahora unas copas al Tony's, pero no volváis muy tarde que mañana hay que madrugar para el mercado, y los tres con una buena torrija a las 5 de la mañana por la playa de Ereaga… Todo se acaba y en unas pocas horas estaría de nuevo en Madrid.

 Pero no, las cosas sucedieron de otra forma y de repente no sabía ni cómo había acabado el partido, ni en qué punto del País Vasco estaba. La creciente oscuridad casi no le dejaba ver su utilitario. Después de una curva cerrada, una de tantas, todo se había apagado, el motor, la radio, las luces y pisando el freno el coche se paró a un lado de la estrecha carretera secundaria en uno de los ensanches preparados para que puedan cruzarse dos vehículos. Hubiera sido mejor estar en el atasco rodeado de coches, por allí no pasaba nadie, así que después de esperar inútilmente casi tres cuartos de hora se dirigió hacia unas luces que se veían a la derecha monte arriba, seguro que en el caserío le ayudarían. Y en eso estaba, después de bajar una vertiente hacia un pequeño arroyo y subir la vertiente contraria, había encontrado un camino estrecho que aparentemente conducía al caserío.

 Llegar al sendero, entre los robles rodeados de rocas y helechos, había supuesto una considerable mejora en su marcha hacia las luces. Era muy probable que en el caserío no hubiera teléfono pero siempre podría encontrar ayuda para evacuar el coche y de alguna forma poder llegar a Madrid.

 Al fin, esa soledad que le había atormentado las últimas semanas no era tan detestable, allí estaba, él solo, responsable y víctima de todo lo que sucedía, aunque realmente con Cris todo habría sido distinto, y ahora estaría en el atasco de la Nacional I, seguramente discutiendo y ofuscado, pero rodeado de gente que le podría ayudar.

 Al llegar a la pequeña explanada vio que la luz era un foco de latón encima de la puerta y bajo una balconada que cubría toda la fachada de la casa. No se oía nada. Un viejo Citroën 2CV gris estaba entre dos abetos a la izquierda de un amplio camino de tierra. Se acercó a una de las ventanas delanteras y no vio nada ya que estaban echadas las contraventanas, la otra igual. Bordeó la casa y en la parte de atrás vio unos muebles de cocina a través de una ventana abierta. No vio a nadie. Terminó de bordear la casa y se acercó al automóvil, la puerta del copiloto estaba pintada de negro y había dos bolsas sobre el asiento trasero.

- ¿Qué haces aquí?

 Era una voz potente, bien modulada y bien dirigida, que pronunciaba con mucha claridad las palabras, no parecía de hombre. Estaba como a unos diez metros y su silueta era delgada, la falta de luz le impedía ver su rostro.

Le explicó la avería del coche y su salida en busca de ayuda siguiendo la luz.

 - ¿Estás solo? ¿Dónde has dejado tu coche? ¿No has visto a nadie por el camino?

 La mujer se mantuvo inmóvil y el interrogatorio siguió durante unos minutos hasta que acercándose a la puerta hizo un gesto de que la siguiera. La chica, de pelo oscuro y corto, delgada, fuerte y fibrosa se paró a un lado de la puerta dejándole paso.

 Una sala bastante grande ocupaba casi todo el espacio de la planta baja con la cocina al fondo y una chimenea en la pared de la derecha. Jorge preguntó por el baño para asearse un poco y orinar. Mientras se secaba las manos oyó como, desde el otro lado de la puerta, la mujer le decía que cuando terminara  se pusiera cómodo en el sofá mientras ella se acercaba a llevar a las vacas al establo, que pronto estaría de vuelta.

 En la gran sala además del sofá había una gran mesa rodeada de sillas de pino, todo en estilo castellano, un gran aparador por encima del que había un espejo ovalado colgado en la pared, también había una mesa desvencijada y sobre ella un televisor con una antena de cuernos. Eso era todo, no vio ningún teléfono.

 La chica no volvía y decidió salir a tomar un poco el aire pero no consiguió abrir la puerta, estaba como atascada. Estuvo inspeccionando por la planta baja y no había ninguna otra puerta de salida a no ser que estuviera en la habitación de enfrente del cuarto de baño, pero no pudo entrar en ella porque la puerta estaba cerrada con llave.

Así que volvió al sofá, se tumbó y al cabo de un rato se quedó dormido. 

La misma potente voz de antes le despertó.

- Aúpa! Chaval, ¿tienes hambre?

 La chica estaba depositando encima de la mesa las bolsas que vio en el Citroën 2CV.

 - Si, pero mi primera necesidad es arreglar el asunto del coche y volver a Madrid.

 - Pues para eso chico hay que esperar a mañana, te acercaré a Durango que allí hay taller, grúa, teléfono y hostal. Ahora nos vamos a cenar una tortilla y luego puedes dormir en el sofá. ¿Cómo te llamas?

 - Jorge, ¿Y tú?

 - Aintza.

 La luz del día fue esta vez lo que le despertó. Tenía una sensación muy agradable. Había pasado una buena velada con una mujer muy atractiva que lo mismo le hablaba de cocina, que de los árboles del bosque, las ardillas o del Athletic de Bilbao. Estuvieron hablando de banalidades  mientras bebían casi dos botellas de txakolí. Le gustó mucho su sonrisa y su forma franca y directa de decir las cosas. Él también le contó su historia reciente, su nuevo esquema de inseguridades, sus madrugadas de insomnio y su plan para intentar olvidar y volver a ser el de antes. Aintza le dijo que como mejor se vivía era sin ataduras de ningún tipo y que no había que olvidar, que las lecciones de la vida había que asimilarlas, se puso bastante seria, pero rápidamente cambió de conversación planteando un duelo de chistes. El txakolí había hecho su efecto. A eso de las tres de la madrugada Aintza abrazó a Jorge, le dio un beso muy cerca de los labios y le deseo buenas noches antes de subir hacia la habitación de arriba.

 ¡Aúpa chico! Como tienes los pantalones. Venga, vamos que te llevo a Durango.

 Era viernes, todo estaba en orden ya, la avería del coche se había solucionado el mismo lunes y Jorge estaba en Madrid esa misma noche. Durante esa semana había pensado con frecuencia en esa atractiva mujer a la que le gustaría conocer un poco más. Entró a desayunar al bar de enfrente y en la televisión estaban dando la noticia de que la policía había liberado al empresario vasco que habían secuestrado, había pasado doce días en un zulo cerca de un caserío en el campo cerca de Durango y sus captores, dos hombres y una mujer jóvenes, habían sido abatidos cuando intentaban huir en un Citroën 2CV color gris. Los tres estaban muertos. La imagen mostraba un coche gris con una puerta de color negro.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


miércoles, 23 de mayo de 2012

Cruce de caminos.




Dos caminos se cruzan. Eso significa que parten de puntos distintos y finalizarán en puntos distintos.

Aunque eso nunca se sabe. Puede no ser cierto. Es posible que aunque esos caminos se crucen, partan del mismo punto y finalicen en el mismo punto.

Veamos este caso, me gusta pensar en ello. Un conejo, ¿porqué un conejo?, no lo se. Bueno, el conejo sale del punto de partida y ve dos veredas, toma la de la izquierda, su destino es seguir esa senda. Pero de repente llega al cruce y decide tomar la otra senda continuando por ella hasta llegar a su fin, que es el mismo al que le conducía la otra. Es el camino de su vida, su camino.

Qué importa lo que hubiera en los otros recorridos. Da igual. No importa. Lo único importante es lo que ha sido, lo que ha ocurrido, lo que el conejo ha vivido. También lo que es ahora mismo y lo que será todo su recorrido hasta llegar al final.

Los otros caminos, los no utilizados, son hipótesis, siempre lo serán, nunca serán una realidad y lo que no existe ni existirá nunca, tiene muy poca importancia, no importa, nada.

En cada momento, en cada decisión, estamos en un cruce de caminos. Elegir es nuestro derecho, es nuestra necesidad.

Todos los días tenemos muchísimas oportunidades para elegir, ¿por qué nos crea tanta presión a veces el riesgo de equivocarnos? Es absurdo, ese riesgo lo tenemos que tomar decenas de veces al día, o quizás centenares, no se. Hay que razonar y después elegir la opción que más nos guste, o la que nos parezca mejor, otras veces elegiremos la menos mala. Y arriesgarse, tomar la decisión que hemos acordado con nosotros mismos.

Hay veces que no decidimos, ¿por qué? porque seguimos el camino que va cuesta abajo, porque es el más cómodo aunque no sabemos si el peor. Es fácil echar la culpa al destino. Es la comodidad de no pensar, de decidirse por lo más fácil. Eso se llama desidia. No, no hay que ser desidioso, tenemos que intentar ser dueños de nuestro destino.

Vivir también es eso. Vivir en libertad, o en el mayor nivel de libertad que podamos tener y que nos sea permitido.

Cuanto más podemos elegir, mayor es el nivel de libertad que tenemos. Seamos conscientes de ello. Hay que ver la parte positiva de las cosas. Tenemos que interiorizar que ser libres no es gratis.

Sigamos pensando, sigamos tomando decisiones, que nadie se acojone, al revés, vivamos la alegría de poder hacerlo. Seamos libres, seamos responsables, seamos valientes.

   


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2024

lunes, 21 de mayo de 2012

Noche de primavera en Madrid.

Viernes de Mayo.


Se encuentra en una taberna famosa, antigua, vieja, céntrica, algo cutre, zona de Tirso de Molina. Un grupo de amigos, doce y faltan algunos, se han juntado para agradecer, para hacer un pequeño homenaje a una pequeña enorme mujer con acento sevillano, ojos vivos, una inteligencia solo superada por su gran corazón y por el derroche de cariño que la desborda.

Una mesa vieja de madera marrón, muy oscuro, casi negro. Bancos, tambien de madera, corridos y banquetas desencoladas que se mueven. Paredes amarillas ¿de no pintarlas en años? Una cabeza de toro en la pared, cuadros de toreros, recortes de periódico enmarcados, una pequeña y antigua barra de zinc y detrás, además de estantes con multitud de viejas y picadas botellas que ahora solo adornan, una chica marroquí muy cariñosa que siempre les trata como amigos, además de como clientes, y que en esos momentos está absolutamente desbordada por el trabajo.

Ella, la del deje andaluz, entra en la taberna con andar saleroso y movimiento de caderas. Se dirige hacia la mesa y se da cuenta que hay más gente de la que se esperaba encontrar. Su cerebro rápidamente procesa que sentadas en esa mesa hay tres o cuatro personas que no espera, porque no es su día, un martes las esperaría, un viernes no. Algo pasa. Enseguida, antes de la entrega de regalos, lo percibe y rompe a llorar, hace pucheros como un niño. Por fin consigue serenarse, abre los regalos y se levanta dando un beso a cada uno.

Llegan el vino blanco, las cañas de cerveza, alguna clara y también alguna pequeña tapa, patatas bravas. Todos charlan de lo sucedido el fin de semana anterior en la Feria de Jerez en la que han estado todos. Hace mucho calor, pero eso tiene esa taberna. En la calle se está mejor, pero no es esa taberna.

Mientras todo esto sucede, mientras la amiga de acento sevillano disfruta de su fiesta, de su homenaje, de los lógicos sentimientos de agradecimiento y orgullo que está viviendo, detecta en ese lugar, en esa fiesta, varios tipos de cariño, los siente y disfruta.

En primer lugar el de la persona que ama, la que remueve su corazón, y su cuerpo, la que hace que algunas veces llegue hasta perder el sentido común, algo que tiene que controlar.

También el de la homenajeada, esa amiga que conoce desde hace tiempo, la sevillana de cuya amistad se siente muy orgulloso. La mujer guapa de los regalos.

El de esos amigos y amigas más cercanos, con los que se siente siempre bien, que son su gente, personas cercanas y cariñosas y que al final siempre encuentra, siempre están ahí. La buena amistad. Esa que dicen que se cuenta con los dedos de las dos manos (o de una).

Luego el de esa familia que algún día será la suya, sólo es cuestión de tiempo, y paciencia.

El de la gente que conoce hace menos tiempo, que son distintos, que no son como los anteriores, pero con los que se puede pasar algo más que un buen día de fiesta, todos tenemos algún defectillo ¿no? Para eso está la tolerancia, el fondo es bueno. Se siente también objeto receptor de esa tolerancia.

Del resto, que aunque no han entrado todavía en su vida, llevan camino de hacerlo y por lo tanto a los que hay que abrirse.

Más tarde hay un bar de copas en Puerta Cerrada, charla, bailes, copas, risas y algún cigarrillo. Se une algún componente más a la fiesta.

Finalmente un sitio cutre, muy cutre, cutrísimo, de copas deleznables y buena música en la calle Bailen. ¿Porqué?, porque está cerca y abierto a esa hora de la madrugada, cuando ya han cerrado el bar anterior.

Más baile, menos copas porque son asquerosas, más risas y alguna cerveza.

Pasadas las cinco de la mañana a casa.

A las seis menos cuarto se despide de la persona que quiere y a las seis en casa. Se acuesta y cae feliz en la cama.

Una noche de fiesta en primavera en Madrid, su ciudad, a la que tanto ama.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2024

martes, 8 de mayo de 2012

El palo

 



Un palo, tieso, alto, estaba clavado en el suelo, tenía forma cilíndrica irregular, de unos cuatro centímetros de diámetro, era de color marrón claro y su superficie era suave aunque no perfectamente pulida.

La gente a su alrededor miraba hacia arriba, les resultaba chocante y enigmático ya que el palo se perdía en una nube gris haciendo que su final fuera invisible.

Al rededor había una gran llanura amarillenta, enorme. Solo se veían suaves montañas muy lejanas contra el horizonte sureño. Aunque no debían ser tan suaves porque sus picos estaban todos manchados de blanco. Al norte estaba el poblado lleno de chozas de ladrillo rojo, desiguales en su forma pero iguales en los materiales de construcción utilizados.

Cerca del palo estaban los niños tocándolo tímidamente al principio y empujándolo y haciéndolo cimbrearse al cabo de un tiempo, cuando cogieron confianza.

De repente, una mujer no demasiado corpulenta se adelantó, apartó a los niños y decidió trepar por el palo. Era morena de pelo y también de tez, con cabellos muy largos y aspecto descuidado. Al principio le costó poco, pero luego cada vez más, ya que el palo se doblaba con su peso haciendo que la ascensión resultara muy incómoda. El palo comenzó a cimbrearse hacia un lado y otro con su peso. Pero seguía sin verse el final. El palo llegó a ponerse casi paralelo al suelo, pero no del todo, ya que muy lejos, muy lejos, el palo seguía finalizando entre las nubes. La muchacha comenzó a caminar sobre el palo como si se tratara de una funambulista ascendiendo hacia las nubes.

La gente seguía mirando atónita, sin pestañear. Comenzaron a sentarse en el suelo y a sacar la merienda unos, el aperitivo otros. Gambas cocidas, fabes con gambones, lentejas a la plancha. Los papás comenzaron a preparar a los niños los consabidos bocadillos de cigalas, de merluza con cebolla y sobre todo los que más éxito tenían, los de paella de naranja y chorizo.

En un determinado momento un tren atravesó el placido valle muy cerca del palo. La gente se sobresaltó en un primer momento pero enseguida comenzaron a aplaudir alegremente mientras duró su paso, o sea, muy poco.

La chica, de repente, a lo lejos, casi ni se la veía, consiguió introducirse dentro de la nube. Y fue justo en ese momento cuando la nube se diluyó y desapareció repentinamente y todo se llenó de la luz del sol y se vio como el palo se perdía en el horizonte sin poder verse su final.

Después de todo quedó un bonito día.


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


miércoles, 25 de abril de 2012

Trayecto

 


Una chavalita rubia y guapa con un flequillo que ya es algo más que eso cayendo por la parte derecha de su cara y con el pelo recogido camina hacia su trabajo al lado de su amiga morena, seguro que piensa que va a ser un buen día en el que le van a desaparecer las dos picaduras de mosquito que tiene en la cara, las dos se pierden detrás de una esquina después de cruzar por un paso de cebra. 

El metro está como todos los días, con bastante gente con troleys, no en vano es la línea que lleva al aeropuerto. A la salida la repartidora del QUE! tiene como siempre un ejemplar preparado en la mano esperando al primero que llegue y lo coja, hoy paso por delante sin alargar la mano, no me apetece ojearlo, ¿será porque ayer eliminaron al Real Madrid? no, seguro que no.

Una señora mayor y muy arreglada aparece por la esquina de enfrente llevando cogido con una correa un perro blanco, lanudo, gordito y de patas cortas, parecido al del whisky Black & White, que va moviendo el culo con gracia de un lado a otro mientras camina al lado de su dueña, va pensando que ya ha realizado lo que tiene que hacer por las mañanas y ya es hora de volver al hogar, luego dicen "vida de perro" cuando se refieren a una mala vida... Otra mujer de como unos cuarenta y tantos arrastra un carrito de la compra verde, que hace juego con su "barbour", da una nota de color a la mañana gris, pues lleva un paraguas rojo con lunares blancos, ¡ole el rojo!  

Mientras tanto las mínimas y aisladas gotas de agua siguen cayendo, mojan tan poco que la mayoría no lleva abierto el paraguas.

Un anciano con un forro polar viejo y feo camina calle abajo mirando triste y detenidamente una papelera que se encuentra enfrente del Mercadona de turno, su caminar es más lateral que frontal, una pierna adelante y a un costado, luego la otra igual pero al costado contrario, un caminar feo y cansino, la vejez no debería afear ese tipo de cosas. 

Se oye el sonido de los neumáticos de un automóvil deslizándose por el asfalto mojado, se acerca, llega y se aleja con un venir e ir de sonidos conocidos. 

Uno de los escaparates está siendo limpiado con mimo por un hombre joven en camiseta de manga corta que maneja con destreza todas las herramientas que acostumbra a usar un limpiacristales, está pensando en el próximo viernes que ha quedado con su chica para hacer las cosas que acostumbran a hacer los viernescetes. 

Ya en la calle ancha se ve más luminosidad y varios comercios, bares y cafeterías. 

Un hombre con traje y corbata camina mirando fijamente su terminal móvil multimedia (o sea su smartphone) y llevando un paraguas naranja chillón pero desvaído bajo su otro brazo. Que desfachatez el cartel que muestra en su cristal un banco nacional importante "hay varias soluciones para cada problema pero solo una es perfecta para cada cliente", no se a qué están esperando para dársela. 

Todo es gris pero la lluvia es fina y muy poco densa, el trabajo nos espera a todos los que tenemos la suerte de tenerlo. Hacía él voy.


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021



jueves, 19 de abril de 2012

Miradas

 


Nuestras miradas definen nuestro carácter y nuestro estado de ánimo. Basta observar con discreción.

Hay personas que tienen una mirada vacía, que denota falta de pensamientos, de curiosidad, de inquietudes. Son miradas sin inteligencia, que no transmiten absolutamente nada. Estas miradas las veo con demasiada frecuencia en la calle, y lo peor es que la mayoría pienso que no tienen solución, no creo que estén producidas por un estado de ánimo.

Hay otras que miran activamente, examinan, más o menos detenidamente, pero siempre con curiosidad. Algunas mueven rápidamente las niñas de los ojos fijando su atención en objetivos distintos, buscando siempre algo que atrae su atención con inquietud. De ese tipo suelo ver pocas, pero me gustan, mucho.

También me encuentro a veces con miradas esquivas, que nos miran y cuando detectan que los estamos observando, retiran rápidamente su mirada con dos variedades básicas: las que bajan la vista al suelo y las que la desvían a un lado como mirando otra cosa. Luego, cuando notan que no los ves, vuelven a redirigirla hacia ti mirando furtivamente, a traición. Esas me suelen gustar muy poco.

Luego están las miradas asustadas, miran como con miedo, apartan la mirada si notan algo extraño en la tuya o en la de la persona a la que miran. Se puede llegar a ver su miedo. Esas me inspiran pena.

Las miradas tristes, que suelen ser consecuencia de un estado de animo o de una desgracia, esas me inspiran ternura.

Y las de amor y las de deseo, las de cariño inmenso, pero esas suelen ser privadas, no se suelen ver por la calle.

Las de odio tampoco, bueno, alguna vez si no observas con discreción.

En cualquier caso la mirada es algo vivo, no valen las fotografías y menos la de unos ojos, se necesita la cara entera en movimiento, la mirada incluye la expresión de la cara.

Mirar a la gente a los ojos y observar su mirada es un ejercicio muy interesante y en muchas ocasiones divertido.

Una mirada puede dotar de una gran viveza y atractivo a una cara fea. Y también todo lo contrario, una mirada vacía, esquiva ó asustada puede convertir la cara más bella en algo insulso y sin atractivo.  



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

viernes, 13 de abril de 2012

Cien perros saltarines


 
Hoy es viernes, por fin, el mejor día de la semana.

Cien perros saltarines brincan riendo a mi alrededor. Ríen y cantan una sardana todos agarrados de las patas.

Cuatro rayos de sol, cuatro, llegan hasta mi cara y bajan por mi cuello hacia los brazos consiguiendo que mis manos sientan un cosquilleo de bienestar irresistible. Tengo seis dedos en cada mano para agarrarme a la luz.

La calzada de la calle por la que camino se abre creando una enorme zanja en la que van cayendo uno tras otro todos los coches. Las motos y las bicis se elevan y vuelan sobre ellas cambiando de color. Todas se convierten en objetos multicolores, verde, azul, rojo y amarillo.

Y eso que son solo las ocho de la mañana, ¿Qué sucederá a las cinco de la tarde?



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 11 de abril de 2012

Carretera al cielo

 

 
Va caminando por la calle, son las cinco y media de la tarde, el día está un poco gris aunque con mucha luz, sus ojos se resienten sin gafas de sol. Hace buena temperatura, pero mucho viento, es primavera. No desea la lluvia aunque comprende que es necesaria y además está a punto de llegar abundantemente.

La sensación es de vértigo, de angustia. Ahora le pasa a menudo cuando está solo. En estos momentos más aun, puesto que va a volver a su pasado durante unas horas, a recoger algunas estanterías de su vida y meterlas en cajas de cartón. Tiene que hacerlo.

Es curioso que esta normalidad de tantos años ahora le cree una sensación de inseguridad. Ahora que sabe qué es esto, y no es acojone, aunque no sabe realmente qué es, cómo llamarlo, bueno si, tiene una idea: inseguridad, vacío, incertidumbre, pedacitos de soledad..., pero no se decide por ninguno aunque algo tiene que ser.

Antes, cuando estaba sólo no tenía esta sensación porque siempre tenía donde ir, donde guarecerse, un sitio cómodo para él, un hogar, rodeado de un montón de cosas que le transmitían seguridad, serenidad. Ahora no. ¿Será eso lo que le falta? Cree que si. Entonces, ¿Cómo podría llamar a esa sensación? ¿Desarraigo?

Justo ahora se dirige a ese lugar para guardar algunos trocitos de su vida en cajas de cartón. Luego se los llevará a otro sitio, para más tarde, tranquilamente, hacer criba y guardar algunos de ellos en sus nuevas estanterías vitales. Otros irán a la basura. De alguno de estos últimos, seguro que se arrepentirá en el futuro de que hayan acabado así, pero no es buen momento para elegir y sin embargo hay que hacerlo.  

Se dirige a ese lugar donde antes encontraba seguridad y ahora, solo de pensarlo, siente todo lo contrario. Eso es lo que incrementa esa sensación familiar de vértigo y angustia que siente a menudo cuando está sólo.

Se da cuenta, o eso piensa en ese momento, que tiene que conseguir saber qué es lo que quiere encontrar, porque es imprescindible para intentar buscarlo. Luego el problema será cuánto puede costarle, pero eso será después. Quizás solo sea que no hay que buscar nada, que sólo es necesario dejar pasar el tiempo y de repente un día se encuentre con que lo tiene. Posiblemente sea que el ocupar las estanterías de su nueva vida sea un proceso lento. Y entonces se pregunta, ¿mientras tanto?

Aguantar. Apretar el culo y aguantar. ¿Quién dijo que iba a ser fácil?

La recompensa merece la pena ya. Eso es lo que le ayuda.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021