(2017, un día del último verano de mi madre)
Hace un buen día de verano, estamos en Julio pero el sol no abrasa nuestra piel, ni ciega nuestros ojos, ni aplasta nuestra actividad vital hacia una oscura cueva. Todo eso ya sucedió en Junio. Está siendo un año extraño, aunque, ahora que lo pienso, todos lo son, todos son distintos y en algún momento sucede algo climatológicamente exagerado, los medios de comunicación lo exageran más, tienen que rellenar papel o minutos y lo hacen de la forma más sencilla para ellos, la que menos esfuerzos les exige, sin pararse a pensar, a meditar o a investigar. Si hace mucho calor en Junio se dedican a aburrirnos cansinamente con ello. Entrevistas, reportajes actuales e históricos, debates con participación de seudoexpertos, exposición de toda clase de criterios que apuntan a la teoría del calentamiento global, ... ¡Con la cantidad de cosas que hay sobre las que informar y denunciar!
Pero mi climatología particular, la íntima, anda en estado de vigilia, y de guerra, de resistencia. Luchando contra las ondulaciones bajas de la sinusoidal de la vida, aguantando, sin saber lo que va a pasar mañana pero intuyendo que existe una alta probabilidad de que no sea bueno, de que sea irreversiblemente malo. O no. Mejor no pensar en ello. Ahora no puedo, necesito agarrarme al clavo ardiendo.
El único consuelo es la tranquilidad de ánimo y de conciencia. De que estás intentando hacer lo que puedes lo mejor que sabes, esforzándote física, mental y emotivamente.
Ya no sé si deseo que llegue mañana o no, aunque da igual, porque llegará. Pero eso expresa mi estado de ánimo. Por otro lado creo que en el fondo, aunque intente animarme, no tengo esperanza de que suceda algo positivo, aunque lo deseo fervientemente. En fin, todo esto es muy complicado y por tanto confuso.
(13 de Julio de 2017)
© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2017
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