miércoles, 23 de mayo de 2012

Cruce de caminos.




Dos caminos se cruzan. Eso significa que parten de puntos distintos y finalizarán en puntos distintos.

Aunque eso nunca se sabe. Puede no ser cierto. Es posible que aunque esos caminos se crucen, partan del mismo punto y finalicen en el mismo punto.

Veamos este caso, me gusta pensar en ello. Un conejo, ¿porqué un conejo?, no lo se. Bueno, el conejo sale del punto de partida y ve dos veredas, toma la de la izquierda, su destino es seguir esa senda. Pero de repente llega al cruce y decide tomar la otra senda continuando por ella hasta llegar a su fin, que es el mismo al que le conducía la otra. Es el camino de su vida, su camino.

Qué importa lo que hubiera en los otros recorridos. Da igual. No importa. Lo único importante es lo que ha sido, lo que ha ocurrido, lo que el conejo ha vivido. También lo que es ahora mismo y lo que será todo su recorrido hasta llegar al final.

Los otros caminos, los no utilizados, son hipótesis, siempre lo serán, nunca serán una realidad y lo que no existe ni existirá nunca, tiene muy poca importancia, no importa, nada.

En cada momento, en cada decisión, estamos en un cruce de caminos. Elegir es nuestro derecho, es nuestra necesidad.

Todos los días tenemos muchísimas oportunidades para elegir, ¿por qué nos crea tanta presión a veces el riesgo de equivocarnos? Es absurdo, ese riesgo lo tenemos que tomar decenas de veces al día, o quizás centenares, no se. Hay que razonar y después elegir la opción que más nos guste, o la que nos parezca mejor, otras veces elegiremos la menos mala. Y arriesgarse, tomar la decisión que hemos acordado con nosotros mismos.

Hay veces que no decidimos, ¿por qué? porque seguimos el camino que va cuesta abajo, porque es el más cómodo aunque no sabemos si el peor. Es fácil echar la culpa al destino. Es la comodidad de no pensar, de decidirse por lo más fácil. Eso se llama desidia. No, no hay que ser desidioso, tenemos que intentar ser dueños de nuestro destino.

Vivir también es eso. Vivir en libertad, o en el mayor nivel de libertad que podamos tener y que nos sea permitido.

Cuanto más podemos elegir, mayor es el nivel de libertad que tenemos. Seamos conscientes de ello. Hay que ver la parte positiva de las cosas. Tenemos que interiorizar que ser libres no es gratis.

Sigamos pensando, sigamos tomando decisiones, que nadie se acojone, al revés, vivamos la alegría de poder hacerlo. Seamos libres, seamos responsables, seamos valientes.

   


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2024

lunes, 21 de mayo de 2012

Noche de primavera en Madrid.

Viernes de Mayo.


Se encuentra en una taberna famosa, antigua, vieja, céntrica, algo cutre, zona de Tirso de Molina. Un grupo de amigos, doce y faltan algunos, se han juntado para agradecer, para hacer un pequeño homenaje a una pequeña enorme mujer con acento sevillano, ojos vivos, una inteligencia solo superada por su gran corazón y por el derroche de cariño que la desborda.

Una mesa vieja de madera marrón, muy oscuro, casi negro. Bancos, tambien de madera, corridos y banquetas desencoladas que se mueven. Paredes amarillas ¿de no pintarlas en años? Una cabeza de toro en la pared, cuadros de toreros, recortes de periódico enmarcados, una pequeña y antigua barra de zinc y detrás, además de estantes con multitud de viejas y picadas botellas que ahora solo adornan, una chica marroquí muy cariñosa que siempre les trata como amigos, además de como clientes, y que en esos momentos está absolutamente desbordada por el trabajo.

Ella, la del deje andaluz, entra en la taberna con andar saleroso y movimiento de caderas. Se dirige hacia la mesa y se da cuenta que hay más gente de la que se esperaba encontrar. Su cerebro rápidamente procesa que sentadas en esa mesa hay tres o cuatro personas que no espera, porque no es su día, un martes las esperaría, un viernes no. Algo pasa. Enseguida, antes de la entrega de regalos, lo percibe y rompe a llorar, hace pucheros como un niño. Por fin consigue serenarse, abre los regalos y se levanta dando un beso a cada uno.

Llegan el vino blanco, las cañas de cerveza, alguna clara y también alguna pequeña tapa, patatas bravas. Todos charlan de lo sucedido el fin de semana anterior en la Feria de Jerez en la que han estado todos. Hace mucho calor, pero eso tiene esa taberna. En la calle se está mejor, pero no es esa taberna.

Mientras todo esto sucede, mientras la amiga de acento sevillano disfruta de su fiesta, de su homenaje, de los lógicos sentimientos de agradecimiento y orgullo que está viviendo, detecta en ese lugar, en esa fiesta, varios tipos de cariño, los siente y disfruta.

En primer lugar el de la persona que ama, la que remueve su corazón, y su cuerpo, la que hace que algunas veces llegue hasta perder el sentido común, algo que tiene que controlar.

También el de la homenajeada, esa amiga que conoce desde hace tiempo, la sevillana de cuya amistad se siente muy orgulloso. La mujer guapa de los regalos.

El de esos amigos y amigas más cercanos, con los que se siente siempre bien, que son su gente, personas cercanas y cariñosas y que al final siempre encuentra, siempre están ahí. La buena amistad. Esa que dicen que se cuenta con los dedos de las dos manos (o de una).

Luego el de esa familia que algún día será la suya, sólo es cuestión de tiempo, y paciencia.

El de la gente que conoce hace menos tiempo, que son distintos, que no son como los anteriores, pero con los que se puede pasar algo más que un buen día de fiesta, todos tenemos algún defectillo ¿no? Para eso está la tolerancia, el fondo es bueno. Se siente también objeto receptor de esa tolerancia.

Del resto, que aunque no han entrado todavía en su vida, llevan camino de hacerlo y por lo tanto a los que hay que abrirse.

Más tarde hay un bar de copas en Puerta Cerrada, charla, bailes, copas, risas y algún cigarrillo. Se une algún componente más a la fiesta.

Finalmente un sitio cutre, muy cutre, cutrísimo, de copas deleznables y buena música en la calle Bailen. ¿Porqué?, porque está cerca y abierto a esa hora de la madrugada, cuando ya han cerrado el bar anterior.

Más baile, menos copas porque son asquerosas, más risas y alguna cerveza.

Pasadas las cinco de la mañana a casa.

A las seis menos cuarto se despide de la persona que quiere y a las seis en casa. Se acuesta y cae feliz en la cama.

Una noche de fiesta en primavera en Madrid, su ciudad, a la que tanto ama.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2024

martes, 8 de mayo de 2012

El palo

 



Un palo, tieso, alto, estaba clavado en el suelo, tenía forma cilíndrica irregular, de unos cuatro centímetros de diámetro, era de color marrón claro y su superficie era suave aunque no perfectamente pulida.

La gente a su alrededor miraba hacia arriba, les resultaba chocante y enigmático ya que el palo se perdía en una nube gris haciendo que su final fuera invisible.

Al rededor había una gran llanura amarillenta, enorme. Solo se veían suaves montañas muy lejanas contra el horizonte sureño. Aunque no debían ser tan suaves porque sus picos estaban todos manchados de blanco. Al norte estaba el poblado lleno de chozas de ladrillo rojo, desiguales en su forma pero iguales en los materiales de construcción utilizados.

Cerca del palo estaban los niños tocándolo tímidamente al principio y empujándolo y haciéndolo cimbrearse al cabo de un tiempo, cuando cogieron confianza.

De repente, una mujer no demasiado corpulenta se adelantó, apartó a los niños y decidió trepar por el palo. Era morena de pelo y también de tez, con cabellos muy largos y aspecto descuidado. Al principio le costó poco, pero luego cada vez más, ya que el palo se doblaba con su peso haciendo que la ascensión resultara muy incómoda. El palo comenzó a cimbrearse hacia un lado y otro con su peso. Pero seguía sin verse el final. El palo llegó a ponerse casi paralelo al suelo, pero no del todo, ya que muy lejos, muy lejos, el palo seguía finalizando entre las nubes. La muchacha comenzó a caminar sobre el palo como si se tratara de una funambulista ascendiendo hacia las nubes.

La gente seguía mirando atónita, sin pestañear. Comenzaron a sentarse en el suelo y a sacar la merienda unos, el aperitivo otros. Gambas cocidas, fabes con gambones, lentejas a la plancha. Los papás comenzaron a preparar a los niños los consabidos bocadillos de cigalas, de merluza con cebolla y sobre todo los que más éxito tenían, los de paella de naranja y chorizo.

En un determinado momento un tren atravesó el placido valle muy cerca del palo. La gente se sobresaltó en un primer momento pero enseguida comenzaron a aplaudir alegremente mientras duró su paso, o sea, muy poco.

La chica, de repente, a lo lejos, casi ni se la veía, consiguió introducirse dentro de la nube. Y fue justo en ese momento cuando la nube se diluyó y desapareció repentinamente y todo se llenó de la luz del sol y se vio como el palo se perdía en el horizonte sin poder verse su final.

Después de todo quedó un bonito día.


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


miércoles, 25 de abril de 2012

Trayecto

 


Una chavalita rubia y guapa con un flequillo que ya es algo más que eso cayendo por la parte derecha de su cara y con el pelo recogido camina hacia su trabajo al lado de su amiga morena, seguro que piensa que va a ser un buen día en el que le van a desaparecer las dos picaduras de mosquito que tiene en la cara, las dos se pierden detrás de una esquina después de cruzar por un paso de cebra. 

El metro está como todos los días, con bastante gente con troleys, no en vano es la línea que lleva al aeropuerto. A la salida la repartidora del QUE! tiene como siempre un ejemplar preparado en la mano esperando al primero que llegue y lo coja, hoy paso por delante sin alargar la mano, no me apetece ojearlo, ¿será porque ayer eliminaron al Real Madrid? no, seguro que no.

Una señora mayor y muy arreglada aparece por la esquina de enfrente llevando cogido con una correa un perro blanco, lanudo, gordito y de patas cortas, parecido al del whisky Black & White, que va moviendo el culo con gracia de un lado a otro mientras camina al lado de su dueña, va pensando que ya ha realizado lo que tiene que hacer por las mañanas y ya es hora de volver al hogar, luego dicen "vida de perro" cuando se refieren a una mala vida... Otra mujer de como unos cuarenta y tantos arrastra un carrito de la compra verde, que hace juego con su "barbour", da una nota de color a la mañana gris, pues lleva un paraguas rojo con lunares blancos, ¡ole el rojo!  

Mientras tanto las mínimas y aisladas gotas de agua siguen cayendo, mojan tan poco que la mayoría no lleva abierto el paraguas.

Un anciano con un forro polar viejo y feo camina calle abajo mirando triste y detenidamente una papelera que se encuentra enfrente del Mercadona de turno, su caminar es más lateral que frontal, una pierna adelante y a un costado, luego la otra igual pero al costado contrario, un caminar feo y cansino, la vejez no debería afear ese tipo de cosas. 

Se oye el sonido de los neumáticos de un automóvil deslizándose por el asfalto mojado, se acerca, llega y se aleja con un venir e ir de sonidos conocidos. 

Uno de los escaparates está siendo limpiado con mimo por un hombre joven en camiseta de manga corta que maneja con destreza todas las herramientas que acostumbra a usar un limpiacristales, está pensando en el próximo viernes que ha quedado con su chica para hacer las cosas que acostumbran a hacer los viernescetes. 

Ya en la calle ancha se ve más luminosidad y varios comercios, bares y cafeterías. 

Un hombre con traje y corbata camina mirando fijamente su terminal móvil multimedia (o sea su smartphone) y llevando un paraguas naranja chillón pero desvaído bajo su otro brazo. Que desfachatez el cartel que muestra en su cristal un banco nacional importante "hay varias soluciones para cada problema pero solo una es perfecta para cada cliente", no se a qué están esperando para dársela. 

Todo es gris pero la lluvia es fina y muy poco densa, el trabajo nos espera a todos los que tenemos la suerte de tenerlo. Hacía él voy.


© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021



jueves, 19 de abril de 2012

Miradas

 


Nuestras miradas definen nuestro carácter y nuestro estado de ánimo. Basta observar con discreción.

Hay personas que tienen una mirada vacía, que denota falta de pensamientos, de curiosidad, de inquietudes. Son miradas sin inteligencia, que no transmiten absolutamente nada. Estas miradas las veo con demasiada frecuencia en la calle, y lo peor es que la mayoría pienso que no tienen solución, no creo que estén producidas por un estado de ánimo.

Hay otras que miran activamente, examinan, más o menos detenidamente, pero siempre con curiosidad. Algunas mueven rápidamente las niñas de los ojos fijando su atención en objetivos distintos, buscando siempre algo que atrae su atención con inquietud. De ese tipo suelo ver pocas, pero me gustan, mucho.

También me encuentro a veces con miradas esquivas, que nos miran y cuando detectan que los estamos observando, retiran rápidamente su mirada con dos variedades básicas: las que bajan la vista al suelo y las que la desvían a un lado como mirando otra cosa. Luego, cuando notan que no los ves, vuelven a redirigirla hacia ti mirando furtivamente, a traición. Esas me suelen gustar muy poco.

Luego están las miradas asustadas, miran como con miedo, apartan la mirada si notan algo extraño en la tuya o en la de la persona a la que miran. Se puede llegar a ver su miedo. Esas me inspiran pena.

Las miradas tristes, que suelen ser consecuencia de un estado de animo o de una desgracia, esas me inspiran ternura.

Y las de amor y las de deseo, las de cariño inmenso, pero esas suelen ser privadas, no se suelen ver por la calle.

Las de odio tampoco, bueno, alguna vez si no observas con discreción.

En cualquier caso la mirada es algo vivo, no valen las fotografías y menos la de unos ojos, se necesita la cara entera en movimiento, la mirada incluye la expresión de la cara.

Mirar a la gente a los ojos y observar su mirada es un ejercicio muy interesante y en muchas ocasiones divertido.

Una mirada puede dotar de una gran viveza y atractivo a una cara fea. Y también todo lo contrario, una mirada vacía, esquiva ó asustada puede convertir la cara más bella en algo insulso y sin atractivo.  



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

viernes, 13 de abril de 2012

Cien perros saltarines


 
Hoy es viernes, por fin, el mejor día de la semana.

Cien perros saltarines brincan riendo a mi alrededor. Ríen y cantan una sardana todos agarrados de las patas.

Cuatro rayos de sol, cuatro, llegan hasta mi cara y bajan por mi cuello hacia los brazos consiguiendo que mis manos sientan un cosquilleo de bienestar irresistible. Tengo seis dedos en cada mano para agarrarme a la luz.

La calzada de la calle por la que camino se abre creando una enorme zanja en la que van cayendo uno tras otro todos los coches. Las motos y las bicis se elevan y vuelan sobre ellas cambiando de color. Todas se convierten en objetos multicolores, verde, azul, rojo y amarillo.

Y eso que son solo las ocho de la mañana, ¿Qué sucederá a las cinco de la tarde?



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

miércoles, 11 de abril de 2012

Carretera al cielo

 

 
Va caminando por la calle, son las cinco y media de la tarde, el día está un poco gris aunque con mucha luz, sus ojos se resienten sin gafas de sol. Hace buena temperatura, pero mucho viento, es primavera. No desea la lluvia aunque comprende que es necesaria y además está a punto de llegar abundantemente.

La sensación es de vértigo, de angustia. Ahora le pasa a menudo cuando está solo. En estos momentos más aun, puesto que va a volver a su pasado durante unas horas, a recoger algunas estanterías de su vida y meterlas en cajas de cartón. Tiene que hacerlo.

Es curioso que esta normalidad de tantos años ahora le cree una sensación de inseguridad. Ahora que sabe qué es esto, y no es acojone, aunque no sabe realmente qué es, cómo llamarlo, bueno si, tiene una idea: inseguridad, vacío, incertidumbre, pedacitos de soledad..., pero no se decide por ninguno aunque algo tiene que ser.

Antes, cuando estaba sólo no tenía esta sensación porque siempre tenía donde ir, donde guarecerse, un sitio cómodo para él, un hogar, rodeado de un montón de cosas que le transmitían seguridad, serenidad. Ahora no. ¿Será eso lo que le falta? Cree que si. Entonces, ¿Cómo podría llamar a esa sensación? ¿Desarraigo?

Justo ahora se dirige a ese lugar para guardar algunos trocitos de su vida en cajas de cartón. Luego se los llevará a otro sitio, para más tarde, tranquilamente, hacer criba y guardar algunos de ellos en sus nuevas estanterías vitales. Otros irán a la basura. De alguno de estos últimos, seguro que se arrepentirá en el futuro de que hayan acabado así, pero no es buen momento para elegir y sin embargo hay que hacerlo.  

Se dirige a ese lugar donde antes encontraba seguridad y ahora, solo de pensarlo, siente todo lo contrario. Eso es lo que incrementa esa sensación familiar de vértigo y angustia que siente a menudo cuando está sólo.

Se da cuenta, o eso piensa en ese momento, que tiene que conseguir saber qué es lo que quiere encontrar, porque es imprescindible para intentar buscarlo. Luego el problema será cuánto puede costarle, pero eso será después. Quizás solo sea que no hay que buscar nada, que sólo es necesario dejar pasar el tiempo y de repente un día se encuentre con que lo tiene. Posiblemente sea que el ocupar las estanterías de su nueva vida sea un proceso lento. Y entonces se pregunta, ¿mientras tanto?

Aguantar. Apretar el culo y aguantar. ¿Quién dijo que iba a ser fácil?

La recompensa merece la pena ya. Eso es lo que le ayuda.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021



viernes, 9 de marzo de 2012

Atónito.

 

Esta mañana mientras aparcaba el coche en una calle cerca del trabajo he visto la luna y me he quedado... atónito. ¡Luna llena!


Atónito, lo reconozco, es mejorable.

Bueno, era la luna, era temprano y estaba amaneciendo. Veía un círculo perfecto grande, amarillo pálido y muy luminoso. Atrayente y evocador.

El contraste con el azul también pálido del cielo era uno de sus atractivos añadidos. 

Estaba concentrado en esta hermosa visión cuando de repente... no puede ser, se abre un agujero en la superficie lunar... un pequeño y redondo agujero, y al cabo de tan solo un instante sale un gusano blanco y anilludo, despacio, primero la cabeza y después, muy despacio, el resto del cuerpo y se pone a reptar por la superficie lunar. Me he vuelto a quedar atónito. 

Pero ahí no queda la cosa, cuando el gusano empieza a desaparecer por la izquierda perdiéndose en cara oculta, aparece un sioux a caballo por la derecha, va galopando y lleva un arco en la mano y un carcaj con flechas en la espalda. 

A continuación sale un cartel del suelo de la superficie lunar que dice "sintoniza la frecuencia 106.70 de tu radio FM”. Lo hago y por los altavoces del coche se escuchan los gritos del sioux y el relinchar del caballo. Me quedo atónito, otra vez.

En fin, ya estoy esperando cualquier cosa... y ocurre. El sioux detiene el caballo, mira hacia un lado, mira hacia el otro y finalmente me mira a mí. Fija su mirada en mí. Saca una flecha del carcaj, tensa el arco y ¡me apunta! ¿Qué hago? Me quedo paralizado no se me ocurre nada. De repente, una flecha choca contra el parabrisas del vehículo y lo rompe, se quiebra en forma de red de araña. La punta de la flecha queda incrustada en el cristal. Salgo corriendo a resguardarme de la luna. Estoy muerto de miedo, me guarezco debajo de un árbol. Pasa el tiempo. Me tranquilizo y poco a poco me asomo para ver la luna...

Ahí está, un circulo perfecto y grande y amarillo pálido y luminoso y... completamente vacío.

Si cuento la verdad cuando llegue al trabajo les voy a dejar atónitos.

Pensaré que voy a hacer.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021



miércoles, 1 de febrero de 2012

El invierno en el metro (de Madrid)

 


Es invierno, una Mahou en la mano, en la televisión anuncian una ola de frío siberiano que va a hacer que las temperaturas desciendan mañana diez grados en algunas zonas. Me voy del bar y al salir a la calle se nota un frío intenso, pero lógico para enero y soportable yendo un poco abrigado.

Al entrar en el metro, línea circular, se detecta una pequeña multitud de gente muy variada en aspecto y actitud. Justo al lado, en mitad del vagón y junto a la puerta, una pareja de unos treintaitantos se apoya cada uno en su maleta-trolley mientras dialogan con desgana mirando más hacia la puerta que el uno hacia el otro. Enfrente, sentado en uno de los asientos, un chaval con un chándal deportivo y un gorro alto y negro de lana, se dispone a levantarse colocando su mochila a la espalda, se prepara para abandonarnos en la estación de O’Donnell. Dos señoras como de cincuentaitantos, ambas con bolsas de plástico de centros comerciales, entran hablando animadamente y ocupando el asiento dejado por el chaval del chándal y el de al lado. Una de ellas se apea en la siguiente estación, a la otra señora le cambia automáticamente el gesto de la cara al quedarse sola, saca un periódico gratuito de su bolsa de plástico y se dedica a leerlo olvidándose de todo lo que ocurre a su alrededor. Mas allá, sobrepasada la puerta del vagón, una chavala, recién salida de la universidad, está también sentada y no para de hablar con su móvil manteniendo una media sonrisa un poco burlona.

Diego de León, hay que apearse para hacer el cambio a la línea 5. Al caminar por el andén paso por delante de un africano muy negro, muy negro, sentado con las piernas muy abiertas y el cuerpo echado hacia delante. No se ha montado en el convoy del que yo me he bajado, por lo que pienso que estará esperando algo, quien sabe el qué, o quizás a alguien, ¿o será simplemente que está dejando pasar el tiempo allí sentado y descansando porque dentro del metro se está calentito?

Tengo por delante un pasillo muy largo que va hacia la línea 5, mi línea de destino. Un tipo aprovecha para tocar horriblemente la guitarra eléctrica en una esquina entre pasillos. Por fin llego al andén donde circulan los trenes que tengo que coger.

La plataforma de enfrente esta bastante llena, pero el convoy se acerca en este momento y la va a dejar completamente vacía en unos instantes. En mi lado todo es mas triste, hay menos gente, no hay negros esperando, ni amigas charlando animadamente, ni chavales con gorrilla y aspecto rapero, ni tíos impresentables como yo escribiendo en el iPod. Me aburro un poco.

El convoy que debo coger tarda demasiado, pero llegará, solo son las diez y cuarto de la noche. Por fin se oye el ruido y el movimiento de aire característico, dos luces amarillas recorren el trozo de túnel más cercano hasta que un tren de color blanco con rayas azules entra en la estación, aquí está, ya ha llegado, por fin.

Monto en el vagón y lo primero que veo es un tío, ya era hora ver uno así, con una chaqueta de color blanco inmaculado en la que hay un escudo del Real Madrid, tiene aspecto de extranjero. Pero fijándome un poco más, veo que en mi vagón ganan los gorros de lana negros, pero sobre todo los teléfonos móviles y los reproductores mp3. Esta claro que tenemos que hacer algo para que el tiempo hasta llegar a casa se pase rápido, gastamos demasiadas horas diarias en medios de transporte. Aunque detecto también que libros de papel no veo ninguno, allí a lo lejos hay una chica con un libro electrónico. De repente me fijo que justo enfrente de mi  hay un hombre maduro con traje negro, camisa blanca y una horrible corbata a finas rayas blancas, azules cielo y negras y algo que le encanta a esa chica rubia que siempre me decía que no, un maravilloso, espeso, antiestético y anticuado bigote por encima de los labios. Todo el mundo va entre concentrado y dormido, ¿estarán cansados? sería lo lógico, es de noche, son más de las diez.

Pero ya hemos llegado a Ciudad Lineal, mi destino, todo se acabó, aunque Shuarma sigue cantando por mis cascos y me acompañará un tramo de calle más. Es el metro de Madrid un increíble y divertido espectáculo para una noche fría de invierno. Yo no he necesitado ni teléfono, ni mp3, ni libro, ni revista, únicamente mi iPod, mis dedos, un poco de imaginación y mis sentidos, en especial la vista. Bueno… y la música de Shuarma.  



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021




jueves, 26 de enero de 2012

Confianza en la vida.

 

Siempre hay que confiar en la vida, en su transcurso, en el evolucionar de los acontecimientos.

Hay cantidad de veces que sientes que no se puede hacer nada, que no sabes manejar una determinada situación, o simplemente estas perdido u ofuscado o incluso apático porque la situación te supera.

No sabes qué hacer, o quizás deseas no hacer nada, o no sabes qué decisión tomar.

Es entonces el momento de dar una oportunidad a la vida, dejarla hacer, tranquilamente, con confianza, con serenidad, con firmeza, con esperanza.

Quedarse esperando pacientemente con los ojos muy abiertos… y cuando de repente se ve aparecer una oportunidad que interesa, agarrarla con fuerza, que no se  escape.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

lunes, 23 de enero de 2012

Mañana soleada de domingo.

 


Enero 2012, un hombre adulto pasea una mañana soleada de domingo por Madrid.

Está acojonado, ha tomado una de las decisiones más importantes y duras de su vida. Su cabeza bulle, parece a punto de explotar, pero eso es bueno, piensa, necesita cavilar,  necesita reflexionar sobre lo que sucede, necesita adaptarse a una nueva vida, a la vida que quiere… y todo lo nuevo acojona.

Al caminar el sol calienta la piel de su cara dándole ánimos vitales. Recuerda los dos últimos meses, las últimas dos semanas, piensa en los dos últimos días, eso cura su angustia. La situación tenía que cambiar, no era solo inevitable sino imprescindible.

De repente se da cuenta de que lo que le acojona no es la situación sino algunas incertidumbres. Cuánto tiempo tardara su vida en volver a una situación de alguna estabilidad. Qué sucederá en el camino.

Y ahora, después, piensa en la generosidad, en la serenidad, en la sinceridad, en el calor, en la certeza de unos ojos, en la comprensión, en la tolerancia, en un futuro distinto y mejor que tiene que construirse poco a poco, paso a paso, con cuidado, para eso, justamente, para que sea mejor.

Y se serena, recobra fuerzas, retorna el ánimo, se recupera, está dispuesto a luchar, así ha sido toda su vida y así será.

Solo tendrá que reubicar algunas cosas en la estantería de su vida para hacer hueco a muchas más que vengan. Le espera un maravilloso trozo de tarta de queso.

Todo merece la pena, todo merecerá la pena, hay que luchar por lo que se quiere y por aquello en lo que se cree. La vida es eso. ¿Merece la pena vivir otro tipo de vida?

¿Alguien dijo que esto era fácil?

Si, él y no era cierto.

No es fácil pero lo conseguirá.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

 

 

23 de enero de 2012


viernes, 13 de enero de 2012

Su dicha era enorme

 

Y volvió a sentir la vida con toda su intensidad en cada centímetro de su piel, que volvió a estar fresca y suave. Sus ojos retornaron a ese optimismo natural y refrescante de todas las mañanas. Su ánimo se desbordó de nuevo, al igual que la alegría natural que iluminaba su cara. Sus sentidos, que no se habían aletargado del todo aun, explotaron vitalmente y su respuesta era de nuevo atenta y rápida ante cualquier estímulo.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

jueves, 12 de enero de 2012

Una sonrisa luminosa y unos ojos verdes.

 


Un asiento vacío en el vagón del metro, es el del lado izquierdo de un grupo de tres. He cambiado de sitio huyendo de algo que no me agradaba. Me siento sin fijarme en más. No es cierto, al lado hay una señora de edad madura más bien gruesa con un abrigo color beige. Nada más.

Pongo en marcha mi libro electrónico para continuar mi lectura y mientras lo estoy haciendo, asoma por mi izquierda un brazo y una mano que me sacude suavemente pero con insistencia la manga izquierda de mi chaquetón.

Levanto la cara y compruebo que ese brazo viene de la izquierda de la señora que está a mi lado. De repente no solo hay un brazo y una mano, sino que asoma una cara sonriente con rasgos extraños. Es la cara de una niña, con unos ojos muy abiertos de niña, pero en una cabeza de mujer. Sus rasgos no son de síndrome de dawn (hasta donde yo conozco), pero sus gestos denotan falta de inteligencia, de control y posiblemente de alguna cosa más. Dice algo que no entiendo, en parte porque llevo cascos y estoy escuchando música.

Sus ojos, los de la niña-chica, no se me olvidan. Son verdes, bonitos y alegres, eso sí, enormemente grandes, los tiene abiertos hasta lo difícilmente posible. Tampoco se me olvida su sonrisa, es luminosa y amistosa como la de una niña de tres años que desea jugar con alguien al que quiere y le divierte.

Mientras le devuelvo la sonrisa, la señora que está a mi lado, su madre o quizás su cuidadora, le dice sin estridencias, en tono tranquilo, que me deje en paz, que no me moleste. La niña-chica cambia el gesto rápidamente, la sonrisa se va, retira su brazo y se echa hacia atrás volviendo a apoyar su cuerpo en el asiento.

Dejo de verla. No sucede nada más digno de mención hasta que, entre las estaciones de Cuzco y Plaza de Castilla, la madre decide poner en movimiento a la niña-chica para apearse en la siguiente.

Se levantan las dos al tiempo, la madre tira del antebrazo para ayudarla a levantarse. Mientras se levanta veo de nuevo a la niña-chica. Un largo rastro de baba le sale por un lateral de la boca, de entre los labios cerrados, quedando colgada en el aire hasta alcanzar quizás unos veinte centímetros. No sé porqué pero vuelvo la cabeza instintivamente. ¿Asco? Sinceramente, no lo sé. La baba era un liquido absolutamente limpio y transparente, eso sí, viscoso.

Cuando vuelvo de nuevo la cabeza ya están saliendo por la puerta del vagón hacia el andén. La madre sigue tirando del antebrazo de la niña-chica.

Algunas personas les miran, como yo.

Llegan a un banco, la madre deja el bolso sobre él y comienza a abrochar el abrigo de la niña-chica.

Las puertas del metro se cierran, el vagón se mueve y dejo de ver esa imagen.

Ahora, más de veinticuatro horas después veo la cara, la sonrisa y los preciosos y vivos ojos verdes de la niña-chica. Son persistentes. Los ojos y la sonrisa eran tan bellos como no lo era su rostro.

Calculo que la niña-chica no tendría menos de dieciocho o veinte años, la madre un rictus de tristeza, no solo en su rostro, sino en todo su cuerpo. 

La imagen que me queda: una sonrisa luminosa y unos ojos vivos, verdes y bellos.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021




lunes, 9 de enero de 2012

Porque nos son tan especiales las personas (que nos son especiales).

  

Son especiales porque son distintas y atrayentes, porque hacen cosas distintas y agradables, porque piensan cosas distintas que la mayoría de la gente que nos interesa menos. Estas personas especiales nos gustan y nos atraen mucho.

Porque son, además, humanas y cercanas, se acercan a nosotros y nos expresan sentimientos cálidos, que nos resultan agradables. Se relacionan con nosotros, y con el resto de la gente, con cariño y naturalidad.

Porque no nos aburren (es una expresión muy fuerte, pero sincera).

En realidad porque nos gustaría estar continuamente en su compañía, porque su forma de ser nos acaricia, porque nos divertimos con ellos, porque nos sirven de apoyo, porque nos apoyan, porque nos gustaría servirles de apoyo.

Porque tenemos afinidad con su carácter y su forma de ser. Les buscamos y nos buscan. Sentimos su complicidad y ellos sienten la nuestra.

Porque notamos una gran sensación de bienestar cuando estamos juntos. Notamos que casi siempre sobran las palabras entre nosotros, sobre todo cuando se trata de palabras que preferimos no hablar. Basta una mirada, un gesto, una cara de dolor o de alegría para que sepan qué sucede. Para que sepamos qué les sucede.

Porque el tiempo con ellos se pasa volando. Porque nos dicen cosas interesantes (o sea, nos interesan), porque hacen cosas interesantes (o sea, nos interesan), porque juntos hacemos cosas interesantes. Porque aunque no sean interesantes a nosotros nos interesan.

Porque les queremos y nos quieren, y todos necesitamos amar, mucho, incluso más que ser amados.

Realmente son especiales porque son personas especiales y distintas. Pero también lo son porque les hace ser especiales nuestra forma de mirarles, admirarles y quererles.

Las dos cosas.

Pero también... porque nos hacen sentir especiales a nosotros, es una complicidad que sólo se entiende cuando se produce.

Todos somos especiales para mucha gente. Todos somos especiales y únicos, sólo es cuestión de que otros ojos nos vean así.   



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


sábado, 7 de enero de 2012

Verano de 1971

 


Verano de 1971, un adolescente al que le queda poco de serlo está asomado a un balcón de la calle de Argumosa. Está escuchando canciones psicodélicas de aquella época. Jefferson Airplane. Su mente está volando de un pensamiento a otro sin descansar, pero parándose en cada uno de ellos lo necesario para conocer y tranquilizarse. Está hecho un lío, pero ni lo sabe ni le importaría si lo supiera. La vida es una extensa  región virgen sin explorar. Su instinto, que ya existe, le llama a experimentar. Y él comienza a confiar en ese instinto que va a marcar cada uno de sus días. De vez en cuando fija su mirada en esa ventana lejana donde hay una chica de pelo largo y liso. Está como él, todas las mañanas, pero es incapaz de descifrar sus rasgos por la distancia, sólo una bonita melena morena y una cara ovalada, ¿Joan Báez? Nunca sabrá cómo es la cara de esa chica. El no puede salir de casa, tiene una enfermedad gilipollas que, aunque carece de gravedad, le obliga a guardar reposo.


 No lo sabe aun pero en pocos meses su vida va a dar un cambio enorme. Va a dejar de ser un adolescente y a poner las primeras estanterías para colocar las actividades de su vida adulta. Acaba de finalizar el disco psicodélico y busca el de Neil Young por encima de su desordenada cama, en su desordenada habitación, en donde vive su desordenada y genial vida.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021