lunes, 21 de mayo de 2012

Noche de primavera en Madrid.

Viernes de Mayo.


Se encuentra en una taberna famosa, antigua, vieja, céntrica, algo cutre, zona de Tirso de Molina. Un grupo de amigos, doce y faltan algunos, se han juntado para agradecer, para hacer un pequeño homenaje a una pequeña enorme mujer con acento sevillano, ojos vivos, una inteligencia solo superada por su gran corazón y por el derroche de cariño que la desborda.

Una mesa vieja de madera marrón, muy oscuro, casi negro. Bancos, tambien de madera, corridos y banquetas desencoladas que se mueven. Paredes amarillas ¿de no pintarlas en años? Una cabeza de toro en la pared, cuadros de toreros, recortes de periódico enmarcados, una pequeña y antigua barra de zinc y detrás, además de estantes con multitud de viejas y picadas botellas que ahora solo adornan, una chica marroquí muy cariñosa que siempre les trata como amigos, además de como clientes, y que en esos momentos está absolutamente desbordada por el trabajo.

Ella, la del deje andaluz, entra en la taberna con andar saleroso y movimiento de caderas. Se dirige hacia la mesa y se da cuenta que hay más gente de la que se esperaba encontrar. Su cerebro rápidamente procesa que sentadas en esa mesa hay tres o cuatro personas que no espera, porque no es su día, un martes las esperaría, un viernes no. Algo pasa. Enseguida, antes de la entrega de regalos, lo percibe y rompe a llorar, hace pucheros como un niño. Por fin consigue serenarse, abre los regalos y se levanta dando un beso a cada uno.

Llegan el vino blanco, las cañas de cerveza, alguna clara y también alguna pequeña tapa, patatas bravas. Todos charlan de lo sucedido el fin de semana anterior en la Feria de Jerez en la que han estado todos. Hace mucho calor, pero eso tiene esa taberna. En la calle se está mejor, pero no es esa taberna.

Mientras todo esto sucede, mientras la amiga de acento sevillano disfruta de su fiesta, de su homenaje, de los lógicos sentimientos de agradecimiento y orgullo que está viviendo, detecta en ese lugar, en esa fiesta, varios tipos de cariño, los siente y disfruta.

En primer lugar el de la persona que ama, la que remueve su corazón, y su cuerpo, la que hace que algunas veces llegue hasta perder el sentido común, algo que tiene que controlar.

También el de la homenajeada, esa amiga que conoce desde hace tiempo, la sevillana de cuya amistad se siente muy orgulloso. La mujer guapa de los regalos.

El de esos amigos y amigas más cercanos, con los que se siente siempre bien, que son su gente, personas cercanas y cariñosas y que al final siempre encuentra, siempre están ahí. La buena amistad. Esa que dicen que se cuenta con los dedos de las dos manos (o de una).

Luego el de esa familia que algún día será la suya, sólo es cuestión de tiempo, y paciencia.

El de la gente que conoce hace menos tiempo, que son distintos, que no son como los anteriores, pero con los que se puede pasar algo más que un buen día de fiesta, todos tenemos algún defectillo ¿no? Para eso está la tolerancia, el fondo es bueno. Se siente también objeto receptor de esa tolerancia.

Del resto, que aunque no han entrado todavía en su vida, llevan camino de hacerlo y por lo tanto a los que hay que abrirse.

Más tarde hay un bar de copas en Puerta Cerrada, charla, bailes, copas, risas y algún cigarrillo. Se une algún componente más a la fiesta.

Finalmente un sitio cutre, muy cutre, cutrísimo, de copas deleznables y buena música en la calle Bailen. ¿Porqué?, porque está cerca y abierto a esa hora de la madrugada, cuando ya han cerrado el bar anterior.

Más baile, menos copas porque son asquerosas, más risas y alguna cerveza.

Pasadas las cinco de la mañana a casa.

A las seis menos cuarto se despide de la persona que quiere y a las seis en casa. Se acuesta y cae feliz en la cama.

Una noche de fiesta en primavera en Madrid, su ciudad, a la que tanto ama.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2024

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