jueves, 26 de enero de 2012

Confianza en la vida.

 

Siempre hay que confiar en la vida, en su transcurso, en el evolucionar de los acontecimientos.

Hay cantidad de veces que sientes que no se puede hacer nada, que no sabes manejar una determinada situación, o simplemente estas perdido u ofuscado o incluso apático porque la situación te supera.

No sabes qué hacer, o quizás deseas no hacer nada, o no sabes qué decisión tomar.

Es entonces el momento de dar una oportunidad a la vida, dejarla hacer, tranquilamente, con confianza, con serenidad, con firmeza, con esperanza.

Quedarse esperando pacientemente con los ojos muy abiertos… y cuando de repente se ve aparecer una oportunidad que interesa, agarrarla con fuerza, que no se  escape.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

lunes, 23 de enero de 2012

Mañana soleada de domingo.

 


Enero 2012, un hombre adulto pasea una mañana soleada de domingo por Madrid.

Está acojonado, ha tomado una de las decisiones más importantes y duras de su vida. Su cabeza bulle, parece a punto de explotar, pero eso es bueno, piensa, necesita cavilar,  necesita reflexionar sobre lo que sucede, necesita adaptarse a una nueva vida, a la vida que quiere… y todo lo nuevo acojona.

Al caminar el sol calienta la piel de su cara dándole ánimos vitales. Recuerda los dos últimos meses, las últimas dos semanas, piensa en los dos últimos días, eso cura su angustia. La situación tenía que cambiar, no era solo inevitable sino imprescindible.

De repente se da cuenta de que lo que le acojona no es la situación sino algunas incertidumbres. Cuánto tiempo tardara su vida en volver a una situación de alguna estabilidad. Qué sucederá en el camino.

Y ahora, después, piensa en la generosidad, en la serenidad, en la sinceridad, en el calor, en la certeza de unos ojos, en la comprensión, en la tolerancia, en un futuro distinto y mejor que tiene que construirse poco a poco, paso a paso, con cuidado, para eso, justamente, para que sea mejor.

Y se serena, recobra fuerzas, retorna el ánimo, se recupera, está dispuesto a luchar, así ha sido toda su vida y así será.

Solo tendrá que reubicar algunas cosas en la estantería de su vida para hacer hueco a muchas más que vengan. Le espera un maravilloso trozo de tarta de queso.

Todo merece la pena, todo merecerá la pena, hay que luchar por lo que se quiere y por aquello en lo que se cree. La vida es eso. ¿Merece la pena vivir otro tipo de vida?

¿Alguien dijo que esto era fácil?

Si, él y no era cierto.

No es fácil pero lo conseguirá.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

 

 

23 de enero de 2012


viernes, 13 de enero de 2012

Su dicha era enorme

 

Y volvió a sentir la vida con toda su intensidad en cada centímetro de su piel, que volvió a estar fresca y suave. Sus ojos retornaron a ese optimismo natural y refrescante de todas las mañanas. Su ánimo se desbordó de nuevo, al igual que la alegría natural que iluminaba su cara. Sus sentidos, que no se habían aletargado del todo aun, explotaron vitalmente y su respuesta era de nuevo atenta y rápida ante cualquier estímulo.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021

jueves, 12 de enero de 2012

Una sonrisa luminosa y unos ojos verdes.

 


Un asiento vacío en el vagón del metro, es el del lado izquierdo de un grupo de tres. He cambiado de sitio huyendo de algo que no me agradaba. Me siento sin fijarme en más. No es cierto, al lado hay una señora de edad madura más bien gruesa con un abrigo color beige. Nada más.

Pongo en marcha mi libro electrónico para continuar mi lectura y mientras lo estoy haciendo, asoma por mi izquierda un brazo y una mano que me sacude suavemente pero con insistencia la manga izquierda de mi chaquetón.

Levanto la cara y compruebo que ese brazo viene de la izquierda de la señora que está a mi lado. De repente no solo hay un brazo y una mano, sino que asoma una cara sonriente con rasgos extraños. Es la cara de una niña, con unos ojos muy abiertos de niña, pero en una cabeza de mujer. Sus rasgos no son de síndrome de dawn (hasta donde yo conozco), pero sus gestos denotan falta de inteligencia, de control y posiblemente de alguna cosa más. Dice algo que no entiendo, en parte porque llevo cascos y estoy escuchando música.

Sus ojos, los de la niña-chica, no se me olvidan. Son verdes, bonitos y alegres, eso sí, enormemente grandes, los tiene abiertos hasta lo difícilmente posible. Tampoco se me olvida su sonrisa, es luminosa y amistosa como la de una niña de tres años que desea jugar con alguien al que quiere y le divierte.

Mientras le devuelvo la sonrisa, la señora que está a mi lado, su madre o quizás su cuidadora, le dice sin estridencias, en tono tranquilo, que me deje en paz, que no me moleste. La niña-chica cambia el gesto rápidamente, la sonrisa se va, retira su brazo y se echa hacia atrás volviendo a apoyar su cuerpo en el asiento.

Dejo de verla. No sucede nada más digno de mención hasta que, entre las estaciones de Cuzco y Plaza de Castilla, la madre decide poner en movimiento a la niña-chica para apearse en la siguiente.

Se levantan las dos al tiempo, la madre tira del antebrazo para ayudarla a levantarse. Mientras se levanta veo de nuevo a la niña-chica. Un largo rastro de baba le sale por un lateral de la boca, de entre los labios cerrados, quedando colgada en el aire hasta alcanzar quizás unos veinte centímetros. No sé porqué pero vuelvo la cabeza instintivamente. ¿Asco? Sinceramente, no lo sé. La baba era un liquido absolutamente limpio y transparente, eso sí, viscoso.

Cuando vuelvo de nuevo la cabeza ya están saliendo por la puerta del vagón hacia el andén. La madre sigue tirando del antebrazo de la niña-chica.

Algunas personas les miran, como yo.

Llegan a un banco, la madre deja el bolso sobre él y comienza a abrochar el abrigo de la niña-chica.

Las puertas del metro se cierran, el vagón se mueve y dejo de ver esa imagen.

Ahora, más de veinticuatro horas después veo la cara, la sonrisa y los preciosos y vivos ojos verdes de la niña-chica. Son persistentes. Los ojos y la sonrisa eran tan bellos como no lo era su rostro.

Calculo que la niña-chica no tendría menos de dieciocho o veinte años, la madre un rictus de tristeza, no solo en su rostro, sino en todo su cuerpo. 

La imagen que me queda: una sonrisa luminosa y unos ojos vivos, verdes y bellos.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021




lunes, 9 de enero de 2012

Porque nos son tan especiales las personas (que nos son especiales).

  

Son especiales porque son distintas y atrayentes, porque hacen cosas distintas y agradables, porque piensan cosas distintas que la mayoría de la gente que nos interesa menos. Estas personas especiales nos gustan y nos atraen mucho.

Porque son, además, humanas y cercanas, se acercan a nosotros y nos expresan sentimientos cálidos, que nos resultan agradables. Se relacionan con nosotros, y con el resto de la gente, con cariño y naturalidad.

Porque no nos aburren (es una expresión muy fuerte, pero sincera).

En realidad porque nos gustaría estar continuamente en su compañía, porque su forma de ser nos acaricia, porque nos divertimos con ellos, porque nos sirven de apoyo, porque nos apoyan, porque nos gustaría servirles de apoyo.

Porque tenemos afinidad con su carácter y su forma de ser. Les buscamos y nos buscan. Sentimos su complicidad y ellos sienten la nuestra.

Porque notamos una gran sensación de bienestar cuando estamos juntos. Notamos que casi siempre sobran las palabras entre nosotros, sobre todo cuando se trata de palabras que preferimos no hablar. Basta una mirada, un gesto, una cara de dolor o de alegría para que sepan qué sucede. Para que sepamos qué les sucede.

Porque el tiempo con ellos se pasa volando. Porque nos dicen cosas interesantes (o sea, nos interesan), porque hacen cosas interesantes (o sea, nos interesan), porque juntos hacemos cosas interesantes. Porque aunque no sean interesantes a nosotros nos interesan.

Porque les queremos y nos quieren, y todos necesitamos amar, mucho, incluso más que ser amados.

Realmente son especiales porque son personas especiales y distintas. Pero también lo son porque les hace ser especiales nuestra forma de mirarles, admirarles y quererles.

Las dos cosas.

Pero también... porque nos hacen sentir especiales a nosotros, es una complicidad que sólo se entiende cuando se produce.

Todos somos especiales para mucha gente. Todos somos especiales y únicos, sólo es cuestión de que otros ojos nos vean así.   



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021


sábado, 7 de enero de 2012

Verano de 1971

 


Verano de 1971, un adolescente al que le queda poco de serlo está asomado a un balcón de la calle de Argumosa. Está escuchando canciones psicodélicas de aquella época. Jefferson Airplane. Su mente está volando de un pensamiento a otro sin descansar, pero parándose en cada uno de ellos lo necesario para conocer y tranquilizarse. Está hecho un lío, pero ni lo sabe ni le importaría si lo supiera. La vida es una extensa  región virgen sin explorar. Su instinto, que ya existe, le llama a experimentar. Y él comienza a confiar en ese instinto que va a marcar cada uno de sus días. De vez en cuando fija su mirada en esa ventana lejana donde hay una chica de pelo largo y liso. Está como él, todas las mañanas, pero es incapaz de descifrar sus rasgos por la distancia, sólo una bonita melena morena y una cara ovalada, ¿Joan Báez? Nunca sabrá cómo es la cara de esa chica. El no puede salir de casa, tiene una enfermedad gilipollas que, aunque carece de gravedad, le obliga a guardar reposo.


 No lo sabe aun pero en pocos meses su vida va a dar un cambio enorme. Va a dejar de ser un adolescente y a poner las primeras estanterías para colocar las actividades de su vida adulta. Acaba de finalizar el disco psicodélico y busca el de Neil Young por encima de su desordenada cama, en su desordenada habitación, en donde vive su desordenada y genial vida.



© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021