domingo, 8 de marzo de 2020

CAMPO DE MUERTE.

 

Muy pronto amanecería. Avanzaba por el bosque atravesando una niebla espesa, la humedad penetraba por sus fosas nasales, la sentía en la piel. Iba casi a ciegas con los ojos muy abiertos, siguiendo a una sombra que caminaba delante de él, intentando fijar su vista en ella. Tenía que concentrarse en el ruido, en los sonidos de las pisadas de los otros, en las suyas, en los silbidos de las flechas, en las ramas al romperse en el silencio. Y sentía frío en los pies mojados, en los brazos, en la barriga, en el pecho, pero sobre todo sentía indefensión y mucho miedo. Llevaba el hacha bien sujeta con ambas manos, la apretaba con fuerza mientras mantenía el filo herrumbroso hacia abajo, le dolían los antebrazos de la tensión, pero sabía que la necesitaba, que no podía prescindir de ella.

 También intuía que al otro lado les estaban esperando. Lo sabía.

 Oía las flechas alcanzando sus destinos, un sonido plano y corto, y chillidos, y llantos, y llantos que eran chillidos. Pero seguía avanzando, en trance, sin saber qué fuerzas le empujaban. Escuchaba mil bocas aullando, augurando crueldad y muerte, deseaba que fuera muy lejos. ¿Hombres o bestias?, serían fuertes, y crueles, mucho más que él. Deseaba dar la vuelta y salir corriendo, y no parar, pero ya estaba advertido: eso era la muerte segura y mucho peor que la que tendría si seguía. Eran masa, carne de choque corriendo hacia las bestias. Su destino era morir desgastando las primeras líneas del enemigo, abriendo brecha. Detrás de ellos estaba el ejercito de los fuertes, los experimentados, los bien armados y alimentados, los más crueles.

 De repente un grito llegó desde atrás, una orden. Perdió la sombra oscura que llevaba delante mientras otras pasaban fugaces por sus costados. Se le aceleró la respiración. Él también decidió correr. Olía a miedo. Alguien chilló, miró de reojo y vio un cuerpo retorciéndose entre gritos, llevaba una flecha clavada en el abdomen, o quizás más abajo. Volvió rápidamente la cabeza. Cerró los ojos. Corrió desesperadamente. Cayó. No noto dolor. No podía moverse. Lo intentaba pero no podía. Pasaban por encima de él. Tropezaban con su cuerpo. Una mano tiró de su brazo con fuerza y una voz terrible, amenazante y dura le gritó.

 - ¡Levanta o te machaco la cabeza aquí mismo!

 Su cuerpo reaccionó y se tensó, comenzaba a levantarse, lo intentaba al menos, cuando después de un silbido, allí, en el suelo, a su lado, distinguió la cabeza de quien hacía un momento le había amenazado, estaba atravesada por una flecha. Quitó con esfuerzo la mano muerta que aún apretaba su brazo y se puso de pié de un salto. Buscó el hacha hasta encontrarla y cogió de la cintura del muerto un largo y oxidado cuchillo. Corrió de nuevo hacia donde oía los ruidos de muerte, los choques de metal contra metal, los gritos y los llantos. De repente desapareció la niebla. Y lo pudo ver. Hombres acuchillando y golpeando a otros hombres. Sangre. Barro. Humedad. Paró unos instantes observando la crueldad y la muerte hasta que de pronto tensó sus músculos, miró su mano derecha y levantó el hacha. Su mirada se fue al infinito. Empuñó con fuerza el cuchillo con la otra mano y comenzó a correr hacia la barbarie.

 

(Ocho de Marzo de 2020)

© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2020