Erase que se era una vez un gobierno que era muy alegre y
liberal y en el orden económico dejaba hacer lo que quisiera cada uno, porque
en esos momentos lo que estaba de moda era eso, que no había que prohibir nada
en lo relativo a ese ámbito.
Económicamente todo iba muy bien, las arcas del estado
estaban suficientemente llenas y podía dedicar sus esfuerzos a otros asuntos
más políticos y menos económicos.
Aunque, eso sí, obligaba a pagar los impuestos a los que
tenían rentas del trabajo, que eran los que mantenían el Estado. Los ciudadanos
que tenían trabajo nunca se quejaban y además era muy fácil vigilarlos.
Sin embargo, por diversos motivos, al gobierno le resultaba
muy difícil controlar a los ciudadanos que tenían muy altas rentas de capital.
Es por ello que en un determinado momento había tomado la decisión de dejar de
contar con ellos, les dejó en paz, no tenía tiempo ni ganas para estas cosas.
Nuestro gobierno, como ya hemos comentado, seguía la moda
vigente en esos momentos de que la mejor manera de que el mercado funcionara
correctamente era dejarlo libre, que cada cual actuara como le diera la gana,
lo que en aquella época se llamaba el “libre mercado”. Excepto los mencionados
anteriormente, los que tenían rentas del trabajo, que tenían que pagar sus
impuestos, fueran los que fueran, sin rechistar.
En aquel tiempo las entidades de crédito concedían préstamos
libremente, sin límites, sin regulaciones, sin las garantías suficientes y
necesarias. Nuestro gobierno tampoco controlaba esos asuntos, no tenía tiempo
ni ganas. Su interés estaba mucho más centrado en los problemas que tenía con
algunos dirigentes de las regiones periféricas, que estaban descontentos de sus
relaciones con el resto del estado. Eso le llevaba mucho tiempo y, además, le
gustaba.
Así que empezó a suceder con bastante frecuencia que cuando
algún ciudadano cuyos ingresos mensuales eran 1.000 pitancos (así se llamaba
su moneda) quería comprarse un piso de 300.000 pitancos iba al banco o a la caja de ahorros y pedía no
solo 300.000 pintancos, sino que pedía 350.000 para además poder comprarse un automóvil
de alta gama y pegarse unas vacaciones en un resort de lujo en las Maldivas
(para celebrar la compra del piso y del automóvil).
Nuestro gobierno no se enteraba de estas cosas, o si se
enteraba, no las daba mayor importancia. Era feliz.
Pero hete aquí que de repente un año, sorpresivamente, la
economía comenzó a ir mal y las gentes comenzaron a no poder devolver los préstamos,
porque volvió a producirse una situación casi olvidada, algo muy antiguo, llamado paro, consecuencia de que los negocios, las empresas, comenzaron a ir mal, o
sea no tenían los beneficios esperados.
La gente, los ciudadanos, comenzaron a ganar menos dinero,
algunos hasta dejaron de tener ingresos. Se sucedieron los impagos, poco a
poco, cada vez más. Las entidades de crédito, como no recuperaban el dinero prestado,
comenzaron a tener mucho miedo de no poder responder a sus obligaciones, que
eran, entre otras, poder devolver el dinero a sus clientes y acreedores y dar
beneficios a sus inversores. Se vieron en la obligación de tener que comprar dinero a otros (a crédito, por supuesto) para
hacer frente a sus pagos.
Era una situación grave porque si la banca quebraba o se
arruinaba, se paralizaría también el sistema que estaba establecido para que el
dinero circulara, algo imprescindible para que pudieran acometerse nuevos
negocios ó mantenerse los ya existentes.
El poco dinero que tenían los bancos, que se llamaban
reservas, y que no podían utilizar debido a su nombre, empezaron a
utilizarlo para no tener que pedir
tantos préstamos. Nuestro gobierno seguía sin enterarse y decía a sus
ciudadanos que todo iba bien y que la situación pronto se arreglaría.
En este punto, y después de todo lo relatado, es importante clarificar
que en este Estado existía un rey, un sistema capitalista de libre mercado
(aunque ya algunos lo habréis adivinado) y un gobierno que era lo que
entonces se llamaba socialista.
Así transcurrieron varios meses en los que la situación,
lejos de mejorar, fue empeorando poco a poco.
Así que el gobierno del que estamos hablando, pobrecillo, no
le quedó más remedio de darse de bruces contra la cruda realidad. ¡Con lo feliz
que vivía!
Tuvo que intervenir. Y lo hizo dando dinero de las arcas del
estado a los bancos, los ahorros de todos los ciudadanos, con la esperanza de
que pusieran de nuevo en marcha el sistema establecido para la circulación del
dinero. Que concedieran prestamos a las empresas, sobre todo a las pequeñas que
eran las que peor estaban, para reactivar la economía y así también luchar
contra el paro.
Pero sucedió algo muy malo. Y es que los bancos no
invirtieron el dinero que les dio el gobierno en promover y mantener las
empresas y los negocios en apuros. No. Lo invirtieron en devolver el dinero a
quienes se lo habían prestado a ellos para pagar sus deudas anteriores.
O sea, no sirvió para lo que había previsto el
gobierno.
Las empresas y negocios que con esfuerzo aun se mantenían,
comenzaron poco a poco a ir peor. Muchas de ellas también quebraron y con ello
aumentó el número de ciudadanos sin trabajo.
El gobierno no se enteraba de nada. No controló el uso del
dinero que les dio a los bancos. ¡Pobrecillo, no estaba acostumbrado a
controlar nada! Y cuando se enteró era
muy tarde y no podía hacer nada. Los bancos ya no tenían el dinero que el
gobierno les había prestado y que les reclamaba que le devolvieran.
Cada vez había menos ciudadanos con trabajo y como la inmensa
mayoría de los impuestos que recaudaba el gobierno venían los trabajadores,
cada vez se recaudaba menos dinero para mantener los gastos del estado. Las
arcas del Estado estaban casi vacías por el dinero que prestó a los bancos.
Tuvo que pedir préstamos a los mercados, que unos estaban dentro y
otros en el extranjero.
También decidió aumentar los impuestos sobre el consumo para
compensar la reducción de la recaudación de las rentas del trabajo. Craso error.
Entre que los ciudadanos tenían cada vez menos dinero y que los impuestos eran
más altos, se consumía menos. Todo esto tuvo dos consecuencias nefastas:
·
La recaudación por impuestos disminuyó aún más.
·
Al bajar el consumo, aumentó aun más el paro.
El gobierno tenía aun menos dinero para mantener las
necesidades mínimas del estado, como era ayudar a los ciudadanos que se habían
quedado sin trabajo y no tenían nada, y además comenzó a tener muchas
dificultades para pagar la deuda que había contraído con los mercados.
Nuestro gobierno no sabía muy bien quienes, o qué, eran los
mercados, pero en esos momentos no estaba para esas minucias, lo importante es
que obtenía dinero de ellos, que era lo que necesitaba en esos momentos.
Pagar la deuda era difícil y costoso debido a los intereses.
El gobierno tenía que devolver el dinero a "los mercados" al cabo de
un año, de forma que si le habían dado 2.000 millones de pitancos, después de
doce meses tenía que devolverles 2.200 millones de pitancos.
Cuando se iba a cumplir el primer año el gobierno se puso a
juntar los 2.200 millones, pero a pesar de buscar por todos los lados y
rincones, solo encontró 1.600, por lo que no le quedó más remedio que pedir
otros 600 millones (por supuesto a "los mercados") para así poder
devolverles la totalidad de la deuda del primer año.
El segundo año el gobierno volvió a pedir a los mercados
otros 2.200 millones para poder afrontar la nueva temporada. Los mercados le
dijeron que muy bien, pero que esta vez los intereses tenían que ser más altos,
que a finales de año tendrían que devolverles 2.300 millones, porque se estaban
arriesgando mucho más al prestarles el dinero
Todo era muy raro porque si no se fiaban ¿porqué se lo
prestaban? En realidad ponían sus condiciones porque no eran tontos y se daban
cuenta de que tenían en sus manos, no solo al gobierno, sino a todo el Estado.
Así que de alguna manera recuperarían su dinero.
Había una pequeña parte de los mercados que vivía en el
reino y su dinero estaba en unos países que se llamaban "paraísos
fiscales" que tenían dos características muy importantes para ellos:
·
No cobraban impuestos sobre las rentas del
capital, ni los iban a cobrar nunca.
·
Mantenían en absoluto secreto las identidades de
los dueños del dinero de los mercados.
Poco a poco el trabajo fue desapareciendo del reino. La
inmensa mayoría de los ciudadanos no tenía ingresos, ni trabajo, por lo que se
convirtieron en pobres de miseria, mientras que los pocos que tenían dinero y
lo habían invertido en los mercados vivían nadando en la riqueza y en la
abundancia.
Sólo había dos clases sociales, los pobres de miseria y los muy
ricos. Esta situación duró poco.
Al poco tiempo los muy ricos desaparecieron porque se fueron a
vivir a los "paraísos fiscales" donde vivían todos muy bien. Estos
territorios eran muy pequeños, pero no importaba, porque ellos eran también muy
pocos.
Mientras tanto este Estado y otros cercanos se convirtieron
en "zona de miseria", donde la gente solo trabajaba medio esclavizada
en compañías creadas y dirigidas por los mercados para conseguir las materias
primas y alimentos que necesitaban en los "paraísos fiscales".
El mundo tal y como era conocido en los antiguos tiempos
desapareció, la pobreza, la miseria y la tristeza se extendió por todo el
planeta.
Las personas ya no eran ciudadanos. Se convirtieron en mano
de obra barata utilizada por los mercados que residían en los "paraísos
fiscales", un 0,1 por ciento de la población viviendo en un 0,1 por ciento
de los territorios.
Nuestro gobierno, desapareció, se diluyó, ya no tenía
sentido su existencia. Nunca más hubo un gobierno como ese, elegido por los
ciudadanos. Ahora gobernaban los mercados, que tenían todo el poder.
A partir de ese momento todo fue muy triste.
Epilogo.
Hay que reconocer que no toda la culpa fue de nuestro feliz
y despreocupado gobierno cigarra. Los ciudadanos, exceptuando un pequeño
reducto de “indignados”, no fueron capaces de reaccionar masivamente y, como
todos sabemos, las consecuencias fueron muy graves.
2 de Agosto de 2011
© Copyright de los textos, Alvaro Emilio Sánchez Tapia, 2021